«Siempre educamos a nuestros hijos en nuestros valores, pero en un clima de total libertad. De hecho, Marta no entró en la Obra, sino que se hizo de los Neocatecumenales», cuenta su madre, Pilar Rodríguez, que es supernumeraria del Opus Dei
Noche de Santa Inés de 1992. Marta Obregón llegaba a su casa a las 22 horas, puntual y tarareando, como cada día. Seguramente, esta joven periodista conocía bien la historia de aquella santa, a quien la Iglesia considera la primera mártir de la pureza. Pero no podía imaginar que fuera a marcar su destino. Qué lejos se ve la muerte cuando la vida te sonríe… Vivaz, atractiva y dicharachera, «Marta atraía como un imán. Entraba en un sitio y hacía relaciones al instante. Triunfaba donde pisaba. Todo el mundo quería estar con ella, hablar con ella, saber de ella», recuerda su novio, Javier. A sus 22 años, se había reencontrado con Dios -tras las clásicas dudas de la adolescencia- y conocido al amor de su vida, Francisco Javier Hernando, militante del Círculo Católico. «La vida es genial, Cris, pero más corta de lo que pensamos», escribía a una amiga desde un retiro espiritual en Taizé, al oeste de Francia. No sabía cuánta razón tenía.
Aquella noche de Santa Inés, Marta no llegó a la cena. En la oscuridad del rellano de su casa, la esperaba puntual su verdugo, ya entonces conocido como el violador del ascensor. Su cuerpo apareció desnudo y martirizado cerca de la autovía Burgos-Portugal. El caso conmovió a la opinión pública y aquella semana una revista comenzaba así su relato: «Ahora Marta está en el cielo». Un titular cuando menos profético. Dieciséis años después, la Iglesia quiere certificar que Marta Obregón es santa. Los caminos de la víctima y del verdugo vuelven a cruzarse. Esta vez, en el juicio canónico. El arzobispado de Burgos ha puesto en marcha el proceso de beatificación.
Marta creció en una familia de clase media y un ambiente muy religioso, pero sin imposiciones. «Siempre educamos a nuestros hijos en nuestros valores, pero en un clima de total libertad. De hecho, Marta no entró en la Obra, sino que se hizo de los Neocatecumenales», cuenta su madre, Pilar Rodríguez, que es supernumeraria del Opus Dei. A los 17, Marta atravesó la típica crisis juvenil. La época de la subversión. «Déjame que tropiece, que ya me levantaré», solía decirle a su madre. Rompió con la práctica religiosa y hasta se enredó con un chaval, estudiante de veterinaria, mayor que ella. Pero el idilio terminó a los pocos meses. Es más, al tiempo tomó la costumbre de acudir a un centro del Opus Dei.
La noche de su muerte, Marta regresaba precisamente del club Arlanza, de esa organización. Unos días antes, le había confesado a Cristina Borreguero, directora del centro, que tenía miedo y que le daba la sensación de que alguien la seguía. «La noche del 21 de enero, estuvimos hablando desde las 20.30 hasta las 21.40 horas. Tenía mucho miedo. Presentía algo. Yo trataba de quitarle importancia y le decía que confiase en Dios. Incluso le conté una anécdota de Santa Teresa. Rezamos ante el Santísimo y se fue».
Al salir del club, se levantó una leve ventisca. Cuando Marta se disponía a recorrer los trescientos metros que la separaban de su casa, pasó con su coche Darío, un joven conocido de la familia, que paró y la acercó hasta su casa. Marta entró en el portal del número 27 de la Avenida de la Paz. Sólo la vecina del segundo oyó un grito, pero al no repetirse, no salió a ver qué pasaba. Pedro Luis Gallego cogió a su presa, la metió en un coche y la llevó a las afueras de Villagonzalo Pedernales, a unos cinco kilómetros de Burgos. Allí, junto a la valla de una granja intentó violarla. Pero Marta Obregón opuso toda la resistencia de la que fue capaz y el violador del ascensor la golpeó por todo el cuerpo y la cosió a puñaladas. Catorce heridas de arma blanca en la parte izquierda del pecho.
Marta puede ser la primera mártir española de la castidad de la época moderna. Y la segunda de todo el mundo. Antes fue Santa Inés, decapitada en el siglo III, con tan sólo 13 años, por negarse a mantener relaciones sexuales con el gobernador romano. En la época moderna, el único antecedente de Marta es el caso de María Goretti, quien también murió por defender su castidad. Nacida en 1890 en Italia, cuando tenía tan sólo 12 años, Alejandro, un joven de 18 años, intentó violarla. María opuso resistencia y pidió auxilio. Entonces, el violador le desgarró el vestido y le asestó 14 puñaladas, las mismas que recibió Marta. Sus familiares la encontraron todavía con un hilo de vida y la llevaron al hospital, donde perdonó a su asesino, invocó a la Virgen y murió. Alejandro fue condenado a 30 años. Contaron las crónicas que en la cárcel tuvo un sueño en el que vio cómo María recogía 14 azucenas en un prado, se acercaba a él y se las ofrecía. A partir de ese momento, cambió de vida y se convirtió en un prisionero ejemplar.
Al salir de la cárcel, la Navidad de 1938, pidió perdón a la madre de María. Y aquella noche, en la misa del Gallo, comulgaron juntos. Alejandro Serenelli ingresó de jardinero en un convento capuchino y murió en 1970. Antes, asistió a la beatificación de María Goretti en 1947 y a su canonización por Pío XII en 1950.
NO ESTA REHABILITADO
El asesino de Marta, en cambio, no parece estar arrepentido. «Creo que se lo han llevado a una cárcel de Galicia y se rumorea que le van a dar el tercer grado», dice la madre de Marta, desconsolada. «No hay derecho. No quiero verlo fuera de la cárcel por nada del mundo. No está rehabilitado, volverá a hacer lo mismo. Es una persona malvada. Recé por él, para que se arrepintiera, y le perdoné. Pero, por favor, que no lo dejen salir de la cárcel».
La misma desazón se respira en casa de Leticia Lebrato, la otra víctima mortal del violador del ascensor. Leticia tenía sólo 17 años cuando su cuerpo fue encontrado en Viana de Ciega (Valladolid), con 11 puñaladas y semienterrada. La condena de Pedro Luis Gallego incluye seis años de destierro de Valladolid, pero los padres de Leticia temen que pronto lo verán caminar por sus calles. «Tiene orden de alejamiento», asegura a Crónica Isabel, madre de la víctima, «pero también la tenía cuando asesinó a nuestra Leticia. No lo va a cumplir porque nadie le va a vigilar, no hay policías suficientes», denuncia Isabel. «Además, aquí está su familia… ¡Su padre es el barquero del parque Campo Grande de Valladolid! Antes de todo esto, presumía de que su hijo era muy machote, muy hombre…». Isabel no se acerca al parque para no ver a este hombre o a su hijo, quien antes de ingresar en prisión estuvo escondido en la grupa de la cascada. «Sale el año que viene… Y regresa enterito, que no tiene 70 años: tiene 49», se lamenta.
Eulalia Fernández, la madre del violador del ascensor, en cambio, dice a Crónica que su hijo ya ha cumplido suficiente condena: «Ha violado. Pero ya lo ha pagado y con creces. Ahora se hacen cosas peores y los culpables salen enseguida de la cárcel: mira Farruquito…».
Pedro Luis ha dejado dos mártires «porque así mueren: defendiendo su virginidad», reclama la madre de Leticia. «Si a Marta la hacen santa, me alegraré. Además, conozco a su familia. Son muy católicos y, a lo mejor, tienen esa opción».
Curada de la rebeldía adolescente, Marta volvió a ser la de siempre, cuando inició sus estudios de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Igual de respetuosa con sus padres, igual de fiel a su religión. Vivió en la residencia Tagaste de las agustinas misioneras y retomó sus inquietudes espirituales. En busca de sentido, de cidió irse un verano a Taizé. Esta comunidad es un lugar de encuentro y oración de miles de jóvenes. «Se sintió irremisiblemente tocada por el Señor», dice su madre. La propia Marta escribió, desde allí, a su amiga Cristina: «Esto es una especie de cam pamento maravilloso de 6.000 personas y, sin embargo, te encuentras en paz y descubres el sentido de la vida. Dios es lo más importante en mi vida, mi amor. La vida es genial, Cris, pero más corta de lo que pensamos».
Era el verano de 1990 y lo que Marta no sabía es que estaba apurando los últimos años de su existencia. Mientras, siguió buscando a Dios y al amor de su vida. A Dios lo encontró en los Neocatecumenales. El amor de su vida creyó encontrarlo en Francisco Javier.
«Hacían una bonita pareja», recuerda su madre. Pero ella «llamaba la atención». Guapa y elegante, medía 1.75 y pesaba 65 kilos. Simpática, dinámica, comunicativa, pero sin alardear de sus cualidades. Como de su voz, que muchos comparaban a la de Barbra Streisand. O de sus muchas dotes periodísticas, que apenas tuvo tiempo de desarrollar.
Al terminar su carrera, regresó a Burgos y comenzó a hacer sus primeros pinitos en la profesión. Escribió varios artículos para el Diario de Burgos en contra de la droga y a favor de la paz. Redactaba bien, tenía buena voz, daba bien ante las cámaras y se movía con elegancia.
A causa de su beatificación, las viejas heridas que nunca cicatrizan quedan de nuevo al descubierto para la madre de Marta. «Una madre jamás olvida y, ahora, con todo esto, el dolor se reaviva. Por un lado, siento alegría, porque soy creyente. Por otro, es muy duro. Además, si mi hija no está en el cielo, es que el cielo no existe. Me alegra que la Iglesia reconozca que puede ser un ejemplo para los chicos de ahora. Un ejemplo de una chica moderna, nada ñoña, pero con valores y vida interior».
ESCALONES AL CIELO
Con la venia de Roma, Marta tiene ya el título de «sierva de Dios», el primer peldaño en la complicada escalera hacia los altares. El segundo escalón será el de «venerable»; el tercero, el de beata, y el cuarto, último y definitivo, el de santa. Para escalarlos todo, hay que probar que fue mártir por defender la castidad. De eso se está ocupando el catedrático de Teología de la Facultad del Norte de España, Saturnino López Santidrián. «El proceso por vía de martirio puede ser por odio a la fe o por defender la virtud, en este caso la de la castidad», explica. El sacerdote lleva ya meses reuniendo todo tipo de documentación. Desde sus apuntes, a sus canciones, pasando por los recuerdos de tanta gente que la conoció.
Una nueva santa de la pureza, a la que ya mucha gente reza con la oración que figura en las estampas y en www.causademarta.net: «Señor Jesús, que hiciste de la joven Marta un ejemplo de vida alegre y generosa, y la fortaleciste en el amor humano y en la defensa de su castidad; concédeme, por su intercesión, el favor que ahora te pido… (pídase). Amén».
CONDENADO A 328 AÑOS, EN LA CALLE EN UNOS MESES
Le correspondían 328 años de prisión y seis de destierro de Valladolid. Las penas le fueron impuestas por dos asesinatos -el de Marta Obregón y el de Leticia Lebrato-, 18 violaciones probadas, tres tentativas, un tiroteo con la policía, tenencia ilícita de armas, robo con intimidación… Aprovechaba que era mecánico ascensorista para acceder a los portales de sus víctimas. Pedro Luis Gallego (Valladolid, 1959), el violador del ascensor, fue juzgado y condenado por el Código Penal anterior a la reforma de 1995, que permite mayores redenciones sobre la pena máxima que el actual. Sus delitos no tienen atenuantes: es simplemente un hombre cruel, sin escrúpulos. En su caso, su condena máxima alcanza los 30 años de prisión. Lleva 16 encerrado y ya ha sido trasladado a la cárcel de Teixeiro en un módulo de presos en segundo grado. Esto quiere decir que Pedro Luis Gallego disfruta de permisos de hasta 36 días al año, pasea entre dos y cuatro horas por el patio y, lo más importante, puede recibir el tercer grado y salir en un año de prisión. Todo eso depende de las actividades que realice en el centro penitenciario para reducir su pena. Actividades como aerobic, talleres de oficios, deporte, manualidades…
Después de leer estas historias tan reales que te ponen los pelos de punta, de ver cuanto mal hay y que tenemos que cambiar al bien sobre todo con la Oración, ¿nos atreveremos a ser los nuevos santos del milenio? ¡Todos podemos!
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