MISA DOMINICAL




Comentábamos, en unas Jornadas sobre “Liturgia y parroquia hoy”, dónde está la clave de la crisis del descenso en la práctica de la Misa dominical. Está sin duda en el interior de la Iglesia, en no asumir lo que supone el Bautismo recibido, en tantos bautizados sin fe o que no han desarrollado el germen de esa fe. Es decir, lo que está en crisis es el Bautismo aceptado no como incorporación a la familia de Dios que es la Iglesia, sino como un rito que se ha hecho “toda la vida”. En una ponencia se nos decía que, si se ha recorrido bien el camino de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), no hace ninguna falta recordar que para los hijos de la Iglesia existe el precepto de celebrar la Santa Misa los domingos y fiestas de guardar.
¿Son acertadas estas reflexiones? Son muy acertadas. La Eucaristía es el testamento de Cristo, lo que nos ha dejado: su amor al Padre y su amor a los hombres. Es su triunfo sobre el mal, el pecado y la muerte, ofreciendo su vida por nosotros y resucitando para nuestra justificación. Hay, pues, que activar dos registros para que los bautizados entiendan qué significa vivir «según el domingo», que lleva consigo la celebración de la Misa dominical: activar el conocimiento de la fe y el conocimiento de los símbolos. Veamos.
Muchos son los cristianos que no unen el ser Iglesia y celebrar la Eucaristía. Y es curioso, cuando ésta es una señal de identidad del cristiano, como ir a la sinagoga el sábado para el judío o a la mezquita el musulmán. Es preciso, por tanto, avivar la fe: creer que existe Dios, que tiene un Hijo al que ha entregado por nosotros; creer que Jesucristo está realmente presente en la Eucaristía. La llamamos «presencia real», algo que sin duda pone a prueba la fe. Sin esa fe en el que preside la Misa y en el resto de la asamblea que celebra, faltan las condiciones para entender el misterio pascual que se conmemora en la Eucaristía dominical.
¿Y cómo estamos de conocimiento simbólico? En el marco de la última cena —en la que se partía el pan al inicio, y se pasaba la copa de bendición a los comensales al final de la misma—, Jesús como «cordero que quita el pecado del mundo» instituye la Eucaristía. Con un lenguaje simbólico, cargado de signos, la Iglesia recita ahora la plegaria eucarística, es decir, prolonga la acción de gracias por la entrega de Jesús al Padre que nos salva en su muerte y resurrección, y se nos da su Presencia en el pan y el vino convertidos en su cuerpo y sangre.
Por ello, la referencia simbólica más importante del domingo es la resurrección de Cristo; es el día del Señor, el día que le pertenece a Jesucristo, que venció, y empezaron a abrirse los cielos nuevos y la tierra nueva. Celebrar este día la santa Misa pertenece a la identidad de los cristianos, y sin ella no puede mantenerse esta identidad. Además la Eucaristía dominical es encuentro de familia; no se va a ella a título individual. Somos hermanos, unidos al Hijo único. Y toda la familia tiene necesidad de signos concretos para preservar su identidad.
Lo que ocurre es que en esta familia que es la Iglesia el Padre Dios no es inmediatamente accesible; por eso necesitamos el encuentro con Cristo, Hermano mayor, que nos muestra al Padre en la celebración litúrgica, al que damos gracias por la salvación que nos sigue llegando por el misterio pascual de Jesucristo celebrado en la Misa dominical. ¿Enseñamos esto a nuestros hijos, lo enseñamos en la catequesis de iniciación de la Confirmación y la Primera Comunión? Gran responsabilidad tenemos de hacerlo; de lo contrario, no habrá cristianos.

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