San Juan Pablo II


El Papa Juan Pablo II podría ser beatificado el 2 de abril de 2010, cinco años exactos después de su muerte, según informó el periódico polaco Dziennik, que aseguró que la Congregación para las Causas de los Santos de la Santa Sede ya habría tomado la decisión.

A principios de este mes, el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Stanislaw Dziwisz, aseguró que el proceso de beatificación del Papa Woytila estaba a punto de terminar y que el mismo Benedicto XVI deseaba cerrar el proceso "lo antes posible" porque es "lo que el mundo está pidiendo".

El proceso de beatificación de Juan Pablo II se inició el 28 de junio de 2005, dos meses después del fallecimiento del Pontífice y gracias a la dispensa concedida por su sucesor, Benedicto XVI, para que la causa pudiera empezar sin necesidad de esperar a los cinco años de rigor que deben transcurrir entre el fallecimiento de una persona y el comienzo de su causa.

Maldita impaciencia



¿Por qué no me llaman YA? ¿Por qué no me escriben AHORA mismo? ¿Por qué pasan días, o acaso semanas, sin que llegue la respuesta a mis anhelos, cuando la urgencia me muerde? Me siento, en ocasiones, como un animal enjaulado, nervioso, inquieto, desesperado.
Y lo peor es que la jaula tiene algo de irreal, de imposible, de tramposo.

Este mundo en directo nuestro tiene muchas ventajas. La facilidad para estar en contacto constante, a tiempo real, con todo el mundo, da calidad a nuestra vida y multiplica las posibilidades. Acorta las distancias y evita los adioses.
Permite estar siempre en contacto. ¿Cómo era el mundo sin Internet, sin móvil, sin correo electrónico? ¿Cuánto tardaba en llegar una carta? ¿Cómo era tener que localizar a alguien sin presuponer que siempre estamos disponibles? Cuesta acordarse ¡Qué rápido hemos entrado en estas dinámicas de lo inmediato!

Pero la inmediatez puede ser una promesa envenenada. Te acostumbras a tenerlo todo al momento. Y pierdes la costumbre de esperar, o de disfrutar de la memoria de los momentos buenos, porque demasiado pronto vuelves a pensar: “Quiero más”. “Lo quiero ya”. “Lo quiero ahora…” El mismo grito urgente que te impide aceptar con gusto la espera, cuando lo bueno se retrasa. Y el primer agobiado es uno mismo, incapaz de saborear la vida, engulléndola con un ansia que nunca se sacia.

Dice San Pablo que “el amor es paciente…” ¡Ojalá! Uno se siente a menudo impaciente, preso de las prisas, temeroso de los silencios, queriendo marcar los ritmos. Y la incapacidad para atesorar lo vivido es en parte inseguridad, en parte miedo y en parte falta de fe. Pero, en cualquier caso, duele, aprisiona y nos aboca a la tristeza. Creo que uno de los principales caminos hacia la libertad es ir cultivando esa capacidad para gustar despacio las cosas, para agradecer lo vivido o saber esperar lo que está por venir.

Cuesta dejar que se serenen los días. Pero es un aprendizaje muy necesario en este mundo de vértigo e inminencia. Así que, si agobia la urgencia, toca cerrar los ojos, respirar hondo, reírse un poco de la propia fragilidad y desprenderse de las cadenas con algo de estilo, buenas dosis de humor y una pizca de fe.

JM R. Olaizola

San Antonio Mª. Claret (1807 - 1870)


San Antonio María Claret i Clarà, C.M.F., (Sallent -Barcelona-, 23 de diciembre de 1807 - Abadía de Fontfroide - Francia-, 24 de octubre de 1870)
-Fue obrero textil en su juventud.
-Ordenado sacerdote, fundó en Vic la Orden de los Claretianos.
-Recorió Cataluña durante varios años predicando.
-Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.
-Fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, cargo en el que se entregó de lleno al bien de las almas.
-Como arzobispo de Santiago de Cuba se destacó por su celo evangelizador por lo que recorrió toda su diócesis y sufrió un atentado contra su vida.
-Habiendo regresado a España, sus trabajos por el bien de la Iglesia le proporcionaron aún muchos sufrimientos.
-Confesor de la Reina Isabel II de España
-Unico santo canonizado entre los padres conciliares del Concilio Vaticano I.
-Escritor evangélico, especialmente de folletos de fácil alcance para todos (jóvenes, trabajadores, casados)
-Demostró un amor excepcional por la Eucaristía la cual conservaba en su corazón como tabernáculo
-Gran devoto de la Santísima Virgen.
-Patrón de las cajas de ahorro, ya que fundó una en Cuba en beneficio de los pobres.
-Sus experiencias místicas lo llevaron a levitar (alzarse del suelo)
- Autobiografía


"Haz, Señor, que ardamos en caridad

y encendamos un fuego de amor por donde pasemos;
qué deseemos eficazmente
y procuremos por todos los medios
contagiar a todos de tu amor.
Qué nada ni nadie nos arredre, Señor.
Qué nos gocemos en las privaciones.
Qué abordemos los trabajos,
qué abracemos los sacrificios.
Qué nos complazcamos en las calumnias
y alegremos en los tormentos.
Señor, qué no pensemos sino como seguir e imitar a Jesucristo
en trabajar, sufrir y procurar siempre y únicamente la mayor gloria tuya y la salvación de las almas. Amén."


¡Señor y Padre mío!,
que te conozca
y te haga conocer;
que te ame
y te haga amar;
que te sirva
y te haga servir;
que te alabe
y te haga alabar
por todas las criaturas.

(Oración que rezaba frecuentemente el santo)

San Francisco de Sales (1567-1622)

Un sabio, un santo, abogado, senador, sacerdote, obispo, fundador, escritor y patrono de los periodistas y de los sordomudos, Doctor del amor y de la Iglesia "El hombre que mejor ha reproducido al Hijo de Dios sobre la tierra" San Vicente de Paul.

Francisco de Sales, más conocido como San Francisco de Sales, (nació en Sales (Saboya), 21 de agosto de 1567 - †Lyon, 28 de diciembre de 1622) fue un santo del norte de Francia, quien fue obispo de Ginebra. Tiene el título de Doctor de la Iglesia, es titular y patrono de la familia Salesiana (fundada por San Juan Bosco) entre otras órdenes religiosas y también patrono de los escritores y periodistas.


Nació en el Castillo de Sales, de familia noble sus padres fueron Francisco de Sales de Boisy y Francisca de Sionnaz. A los 13 años viajó a París para estudiar con los jesuitas , después a la Universidad de París y de allí a la de Padua estudiando Derecho y Teología. Su deseo de ser Sacerdote ya estaba presente pero oculto a su padre, solo su madre y amigos íntimos lo sabían. Al terminar de estudiar, un acontecimiento ayudó a su ordenación: el canónigo de Sales, Luis de Sales, ayudado por el Obispo de Ginebra Claudio de Granier, hablaron con el Papa quien lo nombró como Deán del Capítulo de Ginebra, el nombramiento llegó de sorpresa para su padre, pero con tal nombramiento el padre aceptó la ordenación, acaecida en 1593. A partir de ese momento ejerció el sacerdocio con bastante trabajo y dedicación. Tomó como ejemplos de vida a San Francisco de Asís y a San Felipe Neri con lo que desarrolla una personalidad alegre, paciente y optimista. Sus inicios como sacerdote los ejerció entre los pobres.

En 1594 , fue hacia la zona de Chablais dominada por los herejes calvinistas. En un inicio fue echado por los pobladores y tuvo que pasar temporadas viviendo en la intemperie y de manera rudimentaria, evitando dos intentos de asesinato e incluso ataques de lobos, pero su celo y trabajo empezó a dar fruto, sumado a su carácter amable y paciente y una propaganda hecha a mano y distribuida casa por casa, profunda en su contenido refutando las ideas calvinistas, logró cautivar a los pobladores y convertirlos. Francisco de Sales resumió su labor a Juana de Chantal con esta frase: Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar a los herejes es el amor, aún sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas.

Su labor quedó manifestada con la visita del Obispo Granier 4 años más tarde cuando fue recibido por gran número de católicos, hecho que antes hubiera sido imposible. Los escritos con los que se sirvió fueron los que hicieron su primer libro de "Controversias" y revelaron el carácter de escritor de Francisco.

Su fama creció tanto por su virtud como por su sencillez. Fue nombrado Obispo Coadjutor de Ginebra; viajó a Francia y así llegó a hacerse amigo del secretario de Enrique IV, el Cardenal de Bérulle, Antoine Deshayes, y del mismo Enrique IV quien deseaba que Francisco se quedase allí, pero el santo rechazó la oferta volviendo a Ginebra;(prefiero a la esposa pobre, dijo). En Obispo Grainier murió y Francisco tomó su lugar, su estilo de vida y carácter cobraron mayor fama ya que se reveló como un gran organizador de su diócesis llevando una vida austera y con suma preocupación por los pobres y por la formación de sus feligreses, por ello es que empezó a escribir libros de manera sencilla que gustaron a todos. Consta, además, que perteneció a la Tercera Orden Mínima.

Su encuentro con Juana de Chantal en 1604 , acogiéndola como hija espiritual, dio como resultado la fundación de la Orden de la Visitación de Santa María, el 6 de junio de 1610, para mujeres jóvenes y viudas que querían vivir el llamado de Dios sin la rigurosidad de los conventos monacales. La oposición del obispo de Lyon a este novedoso tipo de congregación, les obligó a redactar una regla basada en la de San Agustín de Hipona.

Después de una temporada atendiendo a las comunidades religiosas de su diócesis cansado y enfermo murió a los 56 años.

En 1665 es declarado santo y en 1867 recibió el título de Doctor de la Iglesia por la eminencia de sus obras y por su vida ejemplar.

Entre sus obras podemos encontrar:

  • Controversias, que son los folletos que San Francisco repartía casa por casa en Chablais folletos que el celoso misionero distribuía entre los habitantes del Chablais, trata principalmente de refutar las ideas calvinistas resaltando la defensa de la primacía de Simón Pedro.
  • Defensa del Estandarte de la Cruz
  • Introducción a la vida devota (1609) considerado como la obra clásica del santo, basado en las cartas de dirección espiritual que el santo escribía a su prima política, la Sra. de Chamoisyson. En su forma pública toman forma de cartas a "Filotea", nombre que en realidad se refieren a quien lea el libro, y que logró una gran llegada al público de todo tipo por la espiritualidad que plasmaba y la psicología que manejaba. Existe una temprana traducción al español deFrancisco de Quevedo.
  • Tratado del Amor de Dios
  • Conferencias Espirituales, una colección que las Hermanas de la Visitación conservaron cuando el santo iba a visitarlas y a conversar con ellas.
  • Colección de Sermones
  • Colección de Cartas
  • Colección de tratados y opúsculos.
  • En 1632 se hizo la exhumación del cadáver, se encontraba en perfecto estado e inclusive elasticidad en los brazos, al mismo tiempo una fragancia dulce emanaba del ataúd.

San Alberto Magno (1206 - 1280)


San Alberto Magno


San Alberto nace en el seno de la noble familia de los Ingollstad en Lauingen, Diócesis de Augsburgo, en la Baviera Alemana en 1.206.

Desea cursar la carrera de Leyes por lo que sus padres le envían primero a Bolonia, que más tarde será cumbre de los estudios juristas; pasa más adelante a Venecia, para terminar en Padua. En 1.223 conoce a su compatriota el Bto. Jordán de Sajonia que sucederá a Santo Domingo de Guzmán en el gobierno de la Orden Dominicana. Queda prendado por la predicación y las cualidades de este hombre; recibe la llamada de Dios y decide ingresar en la Orden de Predicadores en 1.224. La oposición de su familia es frontal, pero él permanece fiel a su decisión.

En 1.228 es enviado a su Patria como profesor y enseña, primero en Colonia, con posterioridad en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Estrasburgo y en la Sorbona de París, donde tendrá como discípulo predilecto a Santo Tomás de Aquino.

En 1.248 le encontramos, de nuevo, en Colonia dirigiendo el Estudio General de la Orden en esta ciudad. En los años 1.254 a 1.257 es elegido Provincial de la Provincia de Teutonia. En 1.256 está en Roma y allí, con San Buenaventura, franciscano, defiende los derechos de las Ordenes Mendicantes, frente a Guillermo de San Amor y otros profesores, el derecho de enseñar en las Universidades de entonces. San Alberto Magno es profesor en la Curia Pontificia.

Cuatro años más tarde el Papa Alejandro IV le nombra Obispo y, a pesar de su oposición, es consagrado Obispo de Ratisbona; organizó la Diócesis. A los dos años, con nostalgia de su vida conventual dominicana, el Papa Urbano IV le acepta la renuncia. De 1.261 al 1.263 es nombrado Predicador de la Cruzada y profesor de la Curia Pontificia.

Destaca San Alberto Magno por su capacidad, sagacidad y equilibrio en solucionar casos conflictivos como el del Obispo de Wurzburgo con sus fieles. Su misión y su campo es la enseñanza, la investigación por la que sigue dictando su sabiduría en las Cátedras Wurzburgo, Estrasburgo y Lyon. Participa en el II Concilio de Lyon, donde media para que sea reconocido como Rey de Alemania Rodolfo de Augsburgo.

En 1.279 se debilita física y mentalmente. Ese mismo año redacta su testamento y muere, con serenidad y paz, sobre su mesa de trabajo. Era el 15 de noviembre de1.280.

El Maestro General de la Orden Dominicana, Humberto de Romans, nos ha dejado estas pinceladas: "Era de buena talla y bien dotado de formas físicas. Poseía un cuerpo formado con bellas proporciones y perfectamente moldeado para todas las fatigas del servicio de Dios".

San Alberto es Magno por la grandeza de su espíritu. Era un hombre abierto a lo universal; escritor y profesor incansable. Como naturalista era un hombre de vocación analítica y observador nato. En sus obras destacan afirmaciones talas como: "Yo lo observé" "Yo hice el experimento" "Esto me lo han referido pescadores o cazadores expertos".

Pero es preciso destacar que San Alberto estudia, investiga, analiza todo en función de la Santa Predicación; por eso utiliza tanto las Ciencias Naturales, Biología, Botánica, Química, Zoología, Arqueología, como la Filosofía y la Teología.


San Alberto es un científico, pero ante todo es un teólogo, observante y mortificado, hombre de oración ininterrumpida. Pasa muchas noches en la oración, amante de la Eucaristía: "Celebraba los Misterios Divinos con la más grande pureza y el más ardiente amor".

Pero San Alberto Magno es un místico que descubre a Dios en el encanto de la creación. Y un místico mariano, con una sencilla y profunda devoción a la Virgen María. Su amor a la Virgen es ingenuo y profundo a la vez.

Fue canonizado por Pio XI el 16 de diciembre de 1.931. Pio XII, en 1.941, lo declara Patrono de los científicos. La gran gloria de San Alberto es sin duda su discípulo Santo Tomás de Aquino.

El hambre y las ayudas




"Panela de barro" (Olla de barro) es un restaurante ubicado en el barrio Alvalade de Luanda, capital de Angola. Este barrio se encuentra en pleno corazón del asfalto, si nos atenemos al concepto de "la frontera del asfalto", que hace el escritor luso-angolano José Luandino Vieira para designar "la raya" que divide y separa dos mundos: el de la opulencia y el de la miseria. "Panela de barro" se encuentra en el mundo de la opulencia, que llega casi hasta las inmediaciones del "musseque" (barrio pobre, lo que los ingleses llaman "slum") de Rocha Pinto, sembrado de cloacas con aguas turbias, malolientes y portadoras del cólera. "Panela de barro" tiene la peculiaridad de que el cliente se sirve los platos que desea comer y se pagan al peso. Me descubrió este restaurante, durante un viaje que hice a Angola en el año 2005, el misionero español P. Vicente Nieto, rector entonces del Seminario Mayor de Malanje.

En "Panela de barro" percibí dos cosas: que hay comida en abundancia, incluso bien cocinada, y que el 80 por ciento de los clientes son blancos; el restante 20 por ciento está formado por negros bien alimentados y trajeados, acompañados por lo general de señoritas jóvenes, apuestas, elegantemente vestidas, profusamente enjoyadas y exageradamente acicaladas con productos blanqueadores, lo que nuestros clásicos llamaban afeites. Nada que ver con las "kitandeiras" (vendedoras ambulantes y en los mercados populares) que vocean su mercancía con carcajeante alborozo. Ante la puerta del restaurante, hay dos guardias de seguridad, con "kalashnikov" en ristre, para disuadir a posibles asaltantes.

Descubrí aquí, insisto, que hay comida en abundancia. Anoté después en mi cuaderno de viajes algo que ahora resulta más notorio: no existe hambre en el mundo porque no haya alimentos, sino porque más de mil millones de personas no los pueden comprar. En la misma Luanda, por ejemplo, un salario rondaba en 2005 los 100 euros al mes, un pollo congelado costaba dos euros y un litro de leche 1,40 euros; pero el paro afectaba a más del 50 por ciento de la población luandesa.

Recapitulo estos recuerdos mientras se celebra en Roma la cumbre sobre la crisis alimentaria, organizada por la FAO. Con este pretexto, se han multiplicado los análisis y hasta las recetas para acabar con el hambre en el mundo o, al menos, para reducirla a la mitad entre 1990 y 2015, como se pide en el primero de los ocho objetivos del milenio. Nadie duda que no se cumplirá este objetivo. Peor aún: se va a incrementar el número de personas malnutridas y hambrientas y es muy probable que también el de quienes mueren a consecuencia del hambre en el mundo, una cifra que hoy anda por los 25.000 al día, es decir, algo más de 9 millones al año.

El director general de la FAO, el senegalés Jacques Diouf, ha dicho en Roma que se necesitan 30.000 millones de dólares (algo más de 19.400 millones de euros) para acabar con el hambre en el mundo. El presidente del gobierno español anunció que España aportará 500 millones de euros hasta el año 2012.

Desde que el brasileño Josué de Castro, médico, filósofo y presidente del Consejo de la FAO a mediados del siglo pasado, analizó lo que él mismo llamó "la más terrible de todas las realidades sociales" en su libro "Geopolítica del hambre", se han publicado decenas de miles de análisis y libros, se han abordado cumbres de diversas alturas y a todos los niveles, para llegar a la misma conclusión: el hambre es el mayor problema o vergüenza de la humanidad y es evitable. Yo añadiría algo más: el hambre lo crea el hombre y es el hombre quien tiene la responsabilidad de resolverlo.

Bienvenidas sean, de todos modos, las ayudas, y más si llegan a esa cifra pedida por el señor Diouf. Pero dudo mucho que así se resuelva a medio plazo el problema del hambre en el mundo. Creo más bien, como ha asegurado el secretario General de la ONU, Ban ki-Moon, que la mejor ayuda es "eliminar las políticas fiscales y comerciales que distorsionan los mercados". Los donantes pueden aliviar el crujido de las tripas vacías de los hambrientos, como las limosnas aquietan los estómagos de los mendigos, pero ni aquéllos acaban con el hambre ni éstas eliminan la mendicidad. Pueden estimular y perpetuar una situación en la que unos pocos ricos serán siempre donantes y una inmensa muchedumbre estará integrada por beneficiarios perpetuos.

Dicho más a las claras: el hambre no se resuelve con ayudas, sino con justicia, es decir, con unas nuevas leyes aplicadas al comercio internacional. Lo diré con palabras del citado Josué de Castro: «El problema del hambre es de orden político, de una política basada esencialmente en la desigualdad económica y social y en una división premeditada del mundo en dos grupos: dominadores y dominados». Esta última frase tiene reminiscencias marxistas. ¡Qué le vamos a hacer! Josué de Castro, que murió como exiliado político en París hace 35 años, no era marxista ni comunista; yo tampoco. Pero él tenía muy claro cómo resolver este problema que tanto nos conmociona: «El subdesarrollo es el producto de una mala utilización de los recursos naturales y humanos... Sólo a través de una estrategia global de desarrollo, capaz de movilizar a todos los factores de producción en favor de la colectividad, podremos eliminar el subdesarrollo y el hambre de la faz de la tierra·». Seguramente, entonces no habrá que proteger con "kalashnikov" restaurantes como el "Panela de barro" y desaparecerá esa "frontera del asfalto" entre el elegante barrio luandés de Alvalade y el "musseque" de Rocha Pinto.

El drama del SIDA



El drama del SIDA afecta hoy especialmente al África subsahariana. La Conferencia Internacional de Lusaka (Zambia, septiembre de 1999) puso en evidencia cómo se ha agravado la situación en los últimos años (1). El 70% de las personas seropositivas del mundo, es decir, 23,3 millones, vive en África subsahariana, región que tan solo cuenta con el 10% de la población mundial. La mayor parte de estos enfermos morirá en los próximos diez años. (...) Desde que comenzó la epidemia, en África han muerto ya 11,5 millones de personas, el 83% de los muertos por SIDA en el mundo. En 1998 murieron 2,2 millones por SIDA, frente a 0,2 millones a causa de las distintas guerras (2).

(...) Los muertos por SIDA formaban parte del segmento joven de población, es decir, el que tenía instrucción, formación profesional y enseñaba en las escuelas (3). Ese segmento era la esperanza de los grandes países pobres africanos. Muchas de estas personas eran madres jóvenes con niños pequeños, de lo que se deriva otro gran problema: los huérfanos del SIDA. El 95% de los huérfanos del SIDA son africanos (4). (...) En 1999, el número de niños menores de 14 años que han sido infectados de SIDA asciende a 570.000, el 90% de los cuales han nacido de madres seropositivas.
Estos datos ilustran la realidad de una tragedia: la epidemia del SIDA está devastando África y amenaza el futuro mismo del continente. El Consejo de Seguridad de la ONU se reunió el 10 de enero de 1999 para estudiar específicamente este tema, y concluyó que se trataba del factor más grave de desestabilización económica y política del continente (5). En palabras de Al Gore, se trata de una verdadera "crisis de seguridad" (6). (...)

En primera línea
La Iglesia católica no ha permanecido indiferente ante la situación. Al contrario, desde el inicio de la epidemia, la Iglesia ha estado presente con sus hospitales y centros de cuidados específicos, con las parroquias, el servicio de los religiosos y las religiosas, las organizaciones locales de ayuda a los enfermos, etc. La Iglesia en África ha estado en la primera línea de la lucha contra el SIDA.

Los miembros del Pontificio Consejo para la Familia, en colaboración con las distintas conferencias episcopales, hemos organizado numerosas reuniones con los médicos y las enfermeras comprometidos en esta lucha, para estudiar el tema y proponer soluciones. La mayor parte de estos encuentros han sido en los países afectados, donde hemos visto una labor constante, eficaz y discreta. Es preciso reconocer, sobre todo, la admirable dedicación y la singular generosidad de tantas personas que atienden a los enfermos en sus casas. Labor que hemos podido constatar en Uganda, Kenia, Tanzania, Ghana, Costa de Marfil, Benin, República Centroafricana y Burkina-Faso, y que consiste en apoyo humano, ayuda médica y, con frecuencia, alimentaria.

Para comprender la realidad del SIDA en estos países se debería acompañar a los voluntarios en su ronda de visitas y ver las situaciones ante las que se enfrentan. (...) Se debería valorar la labor de las religiosas que han acogido niños huérfanos del SIDA, les han dado techo, alimento, educación, etc. Se debería considerar que han tenido que pedir dinero a diestra y siniestra, pues en la mayoría de los casos se han encontrado con muy poca ayuda pública y un nivel de apoyo de las organizaciones internacionales más bien bajo. Es preciso valorar también el trabajo de otras personas, laicos y laicas, que han venido de diversos continentes para dar esperanza y dignificar la vida de tantas mujeres contagiadas y rechazadas por todos como "inmundas".

El silencio

"¡Calla, enmudece!" (Mc. 4, 39)

¡Qué difícil es callar! ¡Cuanto esfuerzo supone guardar silencio!¡Y qué necesario nos es!

La voz de Jesús aplacando las olas de un mar embravecido, es necesario que nos llegue en muchos momentos del día. Él puede porque es un maestro en el guardar silencio. Es el Verbo silencioso que calla en treinta años de vida oculta. Nosotros, por contraste, queremos aparecer des, destacar, hacer algún ruido que indique que estamos presentes. No somos precisamente amantes del silencio. Es natural, pues, que lo guardemos poco. Y sin embargo el silencio reporta muchas ventajas. Enumeremos algunas:

Mantiene el espíritu alerta. Facilita el cumplimiento del deber. Fortalece la voluntad y forja el carácter. Cultiva la observación. Nos hace reflexivos —cualidad imprescindible hoy en que es preciso usar con gran frecuencia del discernimiento de espíritus para distinguir lo bueno y lo malo—. Favorece el recogimiento interior. Forma vidas de oraci6n que escuchan la Palabra que baja del cielo: «Una sola palabra pronunció el Padre. Esta es el Verbo. En silencio la pronunció y en silencio tiene que ser escuchada» (San Juan de la Cruz).

Hay además un silencio que forja héroes y santos: El de no quejarse. No justificarse.

¿Por qué se guarda poco silencio? Por irreflexión —somos víctimas de un ambiente alborotado en el que se actúa por actos instintivos y reflejos—. Por comodidad que nos lleva a la ley del mínimo esfuerzo contraria al vencimiento propio y estar sobre sí. Pero sobre todo por no caer en la cuenta de su importancia.

El silencio es absolutamente indispensable para la oración. Quien no ama el silencio denota que todavía no ha gustado de Dios.

La falta de silencio, el deseo de hablar con los otros, sin ser deseo de hablar de Dios o conversación que se dirija a su gloria; o al bien propio y de las almas, prueba la búsqueda de consuelos terrenos y el orgullo secreto de ser consolado o gustar con lo que digo.

Pero ¡ojo! que también puede introducirse el «demonio mudo» con capa de humildad para que no hablemos cuando debemos. El recurso interior a la Virgen prudente nos ayudará a callar o hablar según convenga.

La algarada externa, el bullicio que a veces nos procuramos, si va sin pureza de intención impide el consuelo interior que solamente Dios puede dar. ¡Cuánta vida interior ha matado el cine, la «Tele»...!

Al silencio va unida la discreción. Virtud que evita muchos pecados de crítica, murmuración o hablar de lo prohibido. «Yo os digo que de cualquier palabra ociosa habréis de dar cuenta en el día del juicio» (Mt 12, 36).

El silencio es difícil pero posible. Y proporciona grandes consuelos porque nos enriquece interiormente. Nos asemeja a la Virgen María quien «guardaba todas las cosas ponderándolas en su corazón». Siguiéndola a Ella busquemos observarlo. Si lo extendemos a toda nuestra vida lograremos convertir el día en una oración constante. Hasta la calle se transformará en una inmensa catedral. La calle es como un gran sagrario abandonado, donde se mira, se escucha, se corre de un lado a otro. Donde se encuentra todo menos a Jesús. Salvo que lo busques abandonado en los corazones. Por eso la calle es tan triste en medio de su bullicio si no se transita por ella buscándole a Él. El silencio nos enseñará a no caminar ociosos, a no buscar el consuelo callejero. Nos llevará a poner el corazón en Dios que con su mirada nos sigue a todas partes (Santa Teresa).

Libros Católicos

Extracto de "EL CORAJE DE SER CATÓLICO"

ÁNGEL PEÑA O.A.R. (2009)




Sí, vale la pena ser sacerdote, vale la pena consagrarse al servicio del Señor toda la vida. Vale la pena ser laico comprometido con Jesús y compartir la fe. El padre Mateo Crawley, el gran apóstol mundial de la devoción al Corazón de Jesús, cuenta que un día después de predicar un sermón en París, lo detuvo una joven obrera y le pidió hablar con él. Como no tenía tiempo, pues le estaban esperando en otra parte, le dio su dirección. Ella le escribió una carta y ella le decía:

- Padre, pertenecía a una familia tan desgraciada como impía. A los catorce años ignoraba hasta la existencia de Dios, a pesar de haber sido bautizada. Al pasar un día delante de una iglesia, vi mucha gente y entré. No entendía nada. Al llegar la comunión, le pregunté a una señora qué iba a recibir aquella gente… Aquella señora me explicó lo que era la comunión. Después me compró un catecismo y lo estudié para prepararme a la confesión y comunión. Y sigue el padre Mateo:

Ahora es una religiosa carmelita y hace poco me escribía la Priora: Es la perla de las perlas,

la joya de mi comunidad


15 AÑOS EN EL CIELO


Flavio Capucci, postulador de la Causa, glosa su personalidad.

"Álvaro del Portillo fue fiel al espíritu de San Josemaría"



¿Quién y cómo era Álvaro del Portillo?

Los rasgos biográficos esenciales de don Álvaro, los que definen su personalidad, nos vienen dados por la misión que Dios le confió y en la que gastó toda su vida: desde 1939 -o sea, desde los 25 años- fue el colaborador más inmediato de san Josemaría en el gobierno del Opus Dei; y desde 1975 fue su sucesor.

Con respecto a cómo era, las respuestas pueden ser muchas, ya que tenía una personalidad muy rica. Los que le han conocido de cerca, en sus testimonios escritos destacan sobre todo los siguientes aspectos: en primer lugar, su humildad; luego, su mansedumbre, su perenne actitud de serenidad, de paz interior; su visión positiva de las personas y los acontecimientos; su capacidad de cariño, de compresión, de ponerse a la altura de su interlocutor y hacerse cargo de sus problemas; en una palabra: su paternidad espiritual. Todos destacan también su ejemplar fidelidad a la persona y al espíritu de san Josemaría.

¿Cuál fue su influencia en la 'nueva visión' del papel de los laicos en la Iglesia?

Todavía no se han hecho estudios específicos sobre su contribución a la formación de la doctrina del Concilio Vaticano II; por lo tanto, me parece que todavía no tenemos los elementos para contestar a esta pregunta. Las ideas de don Álvaro sobre el laicado se encuentran en un libro 'Fieles y laicos en la Iglesia', que se publicó en 1979 recogiendo ideas que había elaborado con anterioridad, en ensayos de los años alrededor del Concilio. Son ideas, todas ellas, que don Álvaro había sacado del mensaje de san Josemaría y de sus implicaciones teológicas -eclesiológicas en particular-, destinadas a dar una vitalidad nueva a la vida de la Iglesia. En este marco se inscribe la doctrina sobre los laicos, como miembros activos del pueblo de Dios, en primera fila, en la tarea de la santificación de las realidades seculares, en el esfuerzo por configurar cristianamente la sociedad.

¿Puede contar algún recuerdo personal de monseñor Del Portillo?

El primero es el 2 de febrero de 1978, el día en que don Álvaro me comunicó el deseo de que me ocupara, como postulador, de la futura Causa de Canonización del Fundador del Opus Dei. Recuerdo muy bien que insistió fundamentalmente en una idea: en esa causa no buscábamos la gloria humana del Opus Dei, sino sólo y exclusivamente el bien de la Iglesia. Muchas almas, al conocer la figura y el mensaje de san Josemaría con ocasión de la Causa -me dijo- se acercarán a Dios, volverían a descubrir su amor, su rostro amable de Padre, el poder de la oración. Había que trabajar -y sería un trabajo largo- pensando en ellas. Luego me gusta recordar que, a lo largo de los años que duró la causa, tuve múltiples ocasiones de estar con don Álvaro, que seguía muy de cerca cada paso y, con su consejo, orientaba todo el trabajo. No recuerdo ni una sola vez en que, al salir del cuarto de trabajo, no me despidiese cariñosísimamente con un: "Dios te bendiga, hijo mío". Lo que decía antes: era muy padre.

Fue el primer Prelado de la Prelatura Personal del Opus Dei, ¿qué significa en la historia de la Iglesia?

Fundamentalmente, es un ejemplo de fidelidad para todos los pastores. Nosotros, cuando Álvaro del Portillo sucedió al Fundador, no notamos ninguna interrupción, sino al revés, una continuidad muy clara. Puede decirse que su programa fue precisamente la continuidad, la fidelidad al espíritu que san Josemaría nos había dejado: no hubo en su gobierno ninguna pretensión de originalidad, ningún intento de "poner al día" el mensaje fundacional, de interpretarlo. Sin embargo, la fidelidad es una virtud creativa: no entendía don Álvaro la continuidad como aplicación mecánica, sino como esfuerzo dinámico. Los tiempos cambian, las circunstancias sociales y culturales varían, pero el mensaje evangélico es siempre perenne y vivo. Y tiene en sí mismo un dinamismo inagotable.

¿Cuáles fueron sus relaciones con el Papa Juan Pablo II?

Al fallecer don Álvaro del Portillo, el Santo Padre quiso ir a rezar ante su cuerpo, en la iglesia prelaticia del Opus Dei. Cuando llegó el Papa, yo estaba hablando con dos periodistas italianos, que me hicieron notar que era la primera vez que el Papa salía del Vaticano para rezar ante el cuerpo de un amigo difunto y no salieron de su asombro cuando el Papa, arrodillado ante el cadáver de don Álvaro, se levantó y, en lugar de rezar un Réquiem, rezó en voz alta un Gloria. Nadie pensó que se había tratado de un lapsus: a todos los presentes nos pareció como una manifestación indirecta de la opinión que el Papa tenía de don Álvaro...

Este poema lo conservaba Don Álvaro del Portillo entre las páginas de su breviario. El texto pertenece el Padre Carmelita J. Caraud.

¡Qué bien se está contigo, Señor, junto al Sagrario!
¡Qué bien se está contigo! ¿Por qué no vendré más?
Hace ya muchos años que vengo aquí a diario
Y aquí te encuentro siempre, Amor Solitario,
Solo, pobre, escondido, pensando en mí quizás.
Tú no me dices nada ni yo te digo nada;
Si Tú lo sabes todo, ¿qué voy a decirte?
Sabes todas mis penas, todas mis alegrías,
Sabes que vengo a verte con las manos vacías
Y que no tengo nada que te pueda servir.
Siempre que vengo a verte, siempre te encuentro solo.
¿Será, Señor, que nadie sabe que estás aquí?
No sé, pero sé, en cambio, que aunque nadie viniera,
Aunque nadie te amara ni te lo agradeciera,
Aquí estarías siempre esperándome a mí.
¿Por qué no vendré más? ¡Qué ciego estoy, qué ciego!
Si sé por experiencia que cuando a Ti me llego
Siempre vuelvo cambiado, siempre salgo mejor.
¿Adónde voy, Dios mío, cuando a mi Dios no vengo?
¡Si Tú me esperas siempre! Si a Ti siempre te tengo,
Si jamás me has cerrado las puertas de tu Amor.
¿Por qué no vendré mas si sé que aquí, a tu lado,
Puedo encontrar, Dios mío, lo que tanto he buscado
Mi luz, mi fortaleza, mi paz, mi único bien?
Si jamás he sufrido, si jamás he llorado,
Señor, sin que conmigo llorases Tú también!
¿Por qué no vendré más, Jesús?
¡Si Tú lo estás deseando, si yo lo necesito!
Si sé que no soy nada cuando no vengo aquí.
Si aquí me enseñarás la ciencia de los santos
Como aquí la buscaron y la aprendieron tantos,
Que fueron tus amigos y gozan ya de Ti.
¿Por qué no vendré más, si sé yo
Que Tú eres el modelo único y necesario
Que nada se hace duro mirándote a Ti aquí?
El Sagrario es la celda donde estás encerrado.
¡Qué pobre, qué obediente, qué manso, qué callado,
¡Qué solo, qué escondido... nadie se fija en Ti!
¿Por qué no vendré más ? ¡Oh, Bondad infinita!
Riqueza inestimable que nada necesita,
Y que te has humillado a mendigar mi amor.
Ábreme ya esa puerta, sea ésa ya mi vida,
Olvidado de todos, de todos escondida,
¡Qué bien se está contigo, qué bien se está, Señor!
Amén.

¡PROTÉGEME!

LA VERDADERA JUSTICIA:
PROTEGER LA VIDA DE QUIENES VAN A NACER
Y AYUDAR A LAS MADRES
Nota de los Obispos de la Subcomisión Episcopal
para la Familia y Defensa de la Vida

25 de marzo de 2009

La vida de cada persona, con toda su integridad y dignidad, está en el corazón del ser y de la misión de la Iglesia, ya que hemos sido creados por el amor de Dios: «antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado» (Jr 1, 5), y hemos sido redimidos por la sangre de Aquel que es, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). Jesucristo ha venido a nuestro encuentro para que los hombres «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Aquí radica el núcleo principal de la misión pastoral de la Iglesia orientada a que la vida terrena de todo hombre alcance su plenitud, participando en la comunión con Dios Padre, acogiendo la vida nueva otorgada por Jesucristo en virtud del don del Espíritu Santo. De esta manera, somos el pueblo llamado a custodiar, anunciar y celebrar el Evangelio de la vida.

Son muchos los esposos que, con generosa responsabilidad, reciben los hijos como el don más precioso del matrimonio. Muchas familias que en virtud de una clara opción por la vida, acogen a niños abandonados, a muchachos y jóvenes con dificultades, a discapacitados y a ancianos que viven solos. Numerosos grupos de voluntarios se dedican a dar hospitalidad a quienes no tienen familia. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, buen samaritano, siempre ha estado en la vanguardia de la caridad efectiva.

Junto a estos hechos esperanzadores, constatamos la negación de la dignidad propia de la persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural, por parte de aquellos que defienden la despenalización del aborto o de la eutanasia.

Tenemos que afirmar una vez más que «toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe»[2]. En este sentido, con profundo dolor, contemplamos cómo esta amenaza a la vida se intensifica en nuestro país ante la anunciada reforma de la ley del aborto, y por eso nos urge «hacer llegar el Evangelio de la vida al corazón de cada hombre y mujer e introducirlo en lo más recóndito de toda la sociedad»[3].

2. La verdadera justicia: proteger la vida de quienes van a nacer y ayudar a las madres

En nuestra sociedad se va asumiendo una grave deformación de la verdad en lo que respecta al aborto, que es presentado como una elección justa de la mujer destinada a solucionar un grave problema que le afecta de manera dramática. Se llega incluso a incluir el aborto dentro de los llamados «derechos a la salud reproductiva». Sin embargo, la auténtica justicia pasa por la custodia del niño que va a nacer y el apoyo integral a la mujer para que pueda superar las dificultades y dar a luz a su hijo.

Esta situación va a acompañada de una evidente paradoja: cada vez es mayor la sensibilidad en nuestra sociedad sobre la necesidad de proteger los embriones de distintas especies animales. Existen leyes que tutelan la vida de estas especies en sus primeras fases de desarrollo. Sin embargo, la vida de la persona humana que va a nacer es objeto de una desprotección cada vez mayor.

a). El derecho del niño

El derecho primero y más fundamental es el derecho a la vida. La mal llamada interrupción voluntaria de la vida del niño en sus primeras fases de desarrollo supone una clara injusticia y una grave violación de los derechos fundamentales de la persona[4].

Esta violación del derecho fundamental del niño a la vida está revestida de un especial dramatismo ante el hecho de que los que atentan contra el ser más indefenso e inocente o lo dejan desamparado «son precisamente aquellos que tienen el encargo sagrado de su protección: la madre, el médico y el Estado»[5]. En este sentido, la ley positiva que deja desprotegido un derecho fundamental de la persona es una ley injusta[6].

b). Defensa de la mujer y de la sociedad

Son muchas las personas que han asumido las falsedades divulgadas sobre el aborto hasta el punto de interpretarlo no como una acción intrínsecamente mala, sino como un bien que hay que defender o, a lo sumo, como un mal menor que hay que aceptar.

A este engaño contribuye no sólo la manipulación del lenguaje, sino, de una manera muy directa, la presentación del aborto como solución liberadora ante una situación dramática.

La realidad no es así. El hecho cierto, que casi siempre se oculta, es que el aborto produce una grave herida en la madre, sobre todo de carácter psicológico y moral, de tal manera que la mujer se constituye en víctima directa del aborto.

La defensa de la mujer no pasa por ofrecerle ayudas técnicas y económicas para abortar, ya que lejos de aliviar su situación, el aborto la agrava de una manera enormemente dolorosa: acaso «¿se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas?» (Is 49, 15). Por eso, la verdadera justicia pasa por la ayuda eficaz e integral a la mujer embarazada para que pueda acoger la vida de su hijo.

En esta tarea está comprometida toda la sociedad, afectada en sus mismas raíces por el drama del aborto, siendo necesario un compromiso político y legislativo para prevenir las causas del aborto y ofrecer a las mujeres todas las ayudas necesarias para llevar adelante su embarazo[7].

3. Una misión urgente: anunciar el Evangelio de la Vida

Toda persona humana «es mucho más que una singular coincidencia de informaciones genéticas que le son transmitidas por sus padres. La procreación de un hombre no podrá reducirse nunca a una mera reproducción de un nuevo individuo de la especie humana, como sucede con un animal. Cada vez que aparece una persona se trata siempre de una nueva creación»[8]. Estamos ante verdades que están iluminadas por la fe pero que son accesibles a la recta razón: «todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término»[9].

Sin embargo, en no pocos de nuestros contemporáneos, esta luz de la razón se halla debilitada en un tema tan fundamental como el aborto. Por eso a quienes formamos el pueblo de la vida y para la vida nos urge la misión de iluminar las conciencias con la verdad, en todo su esplendor.

Esta es la razón por la que hemos dedicado el año 2009 a elevar una gran oración de súplica al Señor de la Vida a través de los materiales que se han enviado a las parroquias, monasterios de vida contemplativa, movimientos de apostolado seglar, etc.

Además queremos invitar a los miembros de la Iglesia a intensificar el trabajo de formación de las conciencias en lo que respecta al drama del aborto. Para facilitar esta labor formativa se han elaborado también unos materiales de ayuda a los que conviene dar la mayor difusión posible.

Por último, deseamos pedir a los creyentes un compromiso activo con todas las asociaciones eclesiales que tienen como fin la defensa de la familia y de la vida y que, gracias a Dios, cada vez son más numerosas en nuestro país. La causa de la vida humana nos pide colaborar también con todos los que trabajan en su defensa, que son también cada vez más. Con nuestro testimonio y apoyo queremos dar esperanza a las madres y a los padres que tienen dificultades para acoger a sus hijos. En la Iglesia han de encontrar el hogar en el que se descubren cuidados y donde pueden recibir las ayudas que necesitan.

Confiamos a nuestra Señora, Madre de los vivientes, los frutos de este año dedicado a la oración y a un mayor trabajo de formación y de compromiso activo en favor de las vidas humanas que van a nacer. Que ella nos ayude a vivir como «hijos de la luz» (Ef 5, 8) siendo constructores de una auténtica cultura de la vida.

Con nuestra bendición y afecto:

+ Mons. Julián Barrio Barrio
Presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
+ Mons. Juan Antonio Reig Pla,
Presidente de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida
+ Mons. Francisco Gil Hellín
+ Mons. Vicente Juan Segura
+ Mons. Manuel Sánchez Monge
+ Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa
+ Mons. Gerardo Melgar Viciosa

SAN PATRICIO (400 - 460)


San Patricio es el famoso patrón de Irlanda, cuyo día se celebra el 17 de marzo. Pero, el verdadero nombre de San Patricio era Maewyn Succat, y se sabe que nació en la Gran Bretaña romana allá por el 400. Su padre se llamaba Calpornius y fue diácono en la aldea de Bannavern Taburniae. Su familia fue bastante rica y creció con todo lujo.

Realmente, según cuentan los escritos, en su infancia Maewyn era un chico rebelde para el cristianismo. Se saltaba todos los mandamientos, no obedecía los dictámenes de su padre, no acudía a la iglesia. Esta independencia moral pronto le trajo problemas. Sus correrías por la costa inglesa le valieron estar cerca de los secuestros de los piratas, como así fue a la edad de 16 años.

Maewyn fue hecho prisionero durante seis años. En aquellos tiempos la esclavitud era bastante común y los derechos humanos un fenómeno totalmente desconocido. Los irlandeses paganos no eran muy suaves en el trato con sus esclavos, por lo que el joven Maewyn tuvo que soportar importantes trabajos forzados. Sobrevivió a los malos tratos, y descubrió en su soledad y en su angustia la llama de la religión.

Un día llegó a la conclusión de que sus malos hábitos en el pasado le habían llevado a la esclavitud. Así pues necesitaba arrepentirse de sus pecados. Parece que sus oraciones surtieron efecto, porque, según cuenta la leyenda, una noche, se soltaron los grilletes que le atenazaban.

Rápidamente, dejó el rebaño de ovejas que le habían encomendado pastorear y se escapó hacia la costa. Allí los barcos no querían recogerlo, pues no tenía dinero y no creían en sus súplicas de que su familia pagaría el viaje en cuanto le llevaran a casa. Maewyn comenzó a rezar… A los pocos días,

Tres días después tocaron tierra firme y continuaron a pie durante 28 días. Se trató de una ardua caminata. El capitán, un poco cansado ya de las oraciones de Maewyn, le sugería al joven que rezara en especial porque pudiesen encontrar algo de alimento en su viaje. Entonces oró debidamente y esa misma noche llegaron hasta un lugar donde pudieron pasar la noche y comer hasta hartarse.

A partir de entonces fue un viaje fácil. Maewyn logró volver con su familia y permaneció un tiempo con ellos. Pero él ya había decidido convertirse en sacerdote, sobre todo después de la ayuda que había recibido de Dios en su cautiverio. Así pues, puso rumbo a Francia, donde estudió para el sacerdocio. Tenía un tío en Tours que le facilitó enormemente su estancia y sus estudios.

Tiempo después completó su formación de sacerdote y adoptó el nombre por el cual iba a ser conocido a partir de ahora, Patricio. Para hacer una labor más ardua en su sacerdocio, quiso elegir como destino Irlanda, el lugar donde había permanecido de esclavo en su juventud. Así pues, marchó a la isla, permaneciendo allí durante 30 años. Escribió muchos textos, aunque sólo han llegado dos hasta nuestros días, la Epístola a Coroticus y la Confessio.

San Patricio realizó grandes trabajos en Irlanda, promoviendo el cristianismo, realizando monasterios, iglesias. Hasta que murió el 17 de marzo del 460, fecha que los irlandeses la celebran como el día de su venerado patrón.





Oraciones de San Patricio



Cristo conmigo,
Cristo dentro de mí,
Cristo detrás de mí,
Cristo delante de mí,
Cristo a mi derecha,
Cristo en mi casa,
Cristo en mi camino,
Cristo en mi puesto de trabajo,
Cristo en todo los ojos que me ven,
Cristo en todos los oídos que me escuchan,
Cristo en la boca de todo aquel que me habla,
Cristo en el corazón de todo aquel que piensa en mí,
Cristo conmigo y yo con Él,
Cristo Siempre y en todas partes.
Amén.


Dios Todopoderoso,
que hiciste del obispo San Patricio
un predicador incansable del misterio
de la Santísima Trinidad,
y por medio de signos y prodigios
confirmaste la verdad de su predicación,
te pedimos que, a ejemplo suyo,
prediquemos con ardor el Evangelio de tu Hijo.
Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Amén.

Cuaresma y S. José

III DOMINGO DE CUARESMA Y 7º DE S. JOSÉ


San Josemaría nos habla de S. José

"Conducir a los hombres hacia Dios..."


Se ha publicado la «Carta de Su Santidad Benedicto XVI a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre»

«Conducir a los hombres hacia Dios..."

Queridos Hermanos en el ministerio episcopal

La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.
Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.

A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión “Ecclesia Dei”, institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: “Tú… confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: “Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.

Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor “hasta el extremo” debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que “tiene quejas contra ti” (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?

Ciertamente, desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.

Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este “morder y devorar” existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.

Con una especial Bendición Apostólica me confirmo
Vuestro en el Señor.

Benedictus PP. XVI
Vaticano, 10 de marzo de 2009.

FELIGRESES

LES OFRECEMOS UNA TERTULIA DE UNOS FELIGRESES CATÓLICOS ESPAÑOLES

De Maria nunquam satis


De Maria nunquam satis


Cuando yo era un joven teólogo, antes e incluso durante las sesiones del Concilio, como le ocurre todavía a muchos, yo tenía algunas reservas sobre ciertas fórmulas antiguas, que me parecían exageradas, por ejemplo, la famosa De maria nunquam satis " de María, nunca se dirá lo suficiente".

Tenía también dificultad para comprender el verdadero sentido de otra expresión repetida en la Iglesia desde sus primeros siglos de vida, después de un memorable debate, cuando el Concilio de Éfeso en el año 431 proclama a María Theotokos, Madre de Dios, se trata de esa expresión que presenta a María "victoriosa de todas las herejías".

Ahora, en este periodo de confusión donde todo tipo de desviaciones heréticas parece tocar a la puerta de la fe auténtica, hoy solamente, comprendo que no era ninguna exageración de los devotos, sino una verdad más que nunca válida.
Cardinal Ratzinger - Entrevistas sobr la Fe
Vittorio Messori - Fayard 1985