ENTREVISTA AL PADRE REY

UNIDOS POR EL DOLOR

José Luis Rey Repiso, más conocido como Padre Rey, es una de los amigos más queridos y asiduos del Centro de Espiritualidad. Al elaborar esta revista dedicada toda ella a Juan Pablo II no podía faltar su testimonio, pues desde el momento en el que el Papa sufrió el atentado de 1981 la historia de este jesuita vallisoletano no ha sido ajena a la del santo padre.

Me encontraba en Cuenca participando en una semana mariana, había salido un momento de la casa de religiosas en la que me alojaba, cuando pasaron a mi lado unos chicos con la radio encendida y estaban dando la noticia: “El Papa Juan Pablo II acaba de sufrir un atentado gravísimo en la plaza de San Pedro”. La impresión fue tremenda, fui como una exhalación a mi habitación, encendí la radio, confirmé la noticia, se lo dije a las religiosas y nos fuimos todos a la capilla. Yo en el fondo de mi corazón le dije al Señor: “Esto no puede ser, no nos pueden quitar a este Papa, te ofrezco a cambio de su vida mi vida, o quizás algo que me cueste más, la vista. Si quieres te ofrezco mi vista a cambio de la vida del Papa”. El Papa salvó la vida y unos dos años después yo perdí totalmente la visión del ojo derecho a consecuencia de un glaucoma terminal imparable; el ojo izquierdo lo perdí diez años después por la misma causa.

El Papa siempre consideró un milagro conservar la vida, ¿Piensa que hay relación directa entre su ofrecimiento y la recuperación de Juan Pablo II?
No lo sé, nunca se me ha ocurrido pensar “el Papa vive gracias a mí”. Lo que yo sí puedo decir es que el Señor ha tenido en cuenta mi ofrecimiento. En una ocasión pude hablar con Lajos Kada, anterior nuncio de su santidad, cuando le dije que había ofrecido mi vista por Juan Pablo II me dijo “gracias, Padre”, entendí que hablaba en nombre del Papa, lo cual me emocionó, pero también me dijo: “no es la única persona que ha ofrecido su vida por él”.
En el momento del atentado, ¿usted ya tenía problemas de vista?

Empecé a usar gafas desde niño con ocho o diez años, pero podía estudiar estupendamente. Con veintiocho años, siendo ya jesuita, la cosa empezó muy en serio, entonces me prohibieron leer. En aquel momento, yo podía ver y hacer muchas cosas, pero no podía leer y esa era mi cruz. Estaba muy atento a las clases y gracias a la memoria pude hacer la teología. Me hubiera gustado leer más, consultar más en la magnífica biblioteca que teníamos, pero Dios ha suplido de otra manera, porque la mejor universidad es la de la vida y también la universidad de la noche es una magnífica universidad.

¿Cuál ha sido la lección más importante que ha recibido en esa universidad de la noche?
El salmo 22 dice “el Señor es mi Pastor, nada me falta, aunque camine por cañadas oscuras nada temo, tu vara y tu callado me sosiegan” A mi me encanta la exégesis de textos bíblicos y es verdad que quizá no haya podido profundizar mucho en exégesis modernas sobre el salmo del buen pastor, pero la oscuridad me ha permitido conocer mucho mejor al Pastor.

Le ordenaron sacerdote con treinta y dos años y los problemas serios habían comenzado cuatro años antes, ¿peligró su sacerdocio?

Sí, llegó un momento en que pensé que no podría ordenarme, en aquellos tiempos una persona invidente no podía ser sacerdote. Ahora sí porque hay más medios para prepararse. Yo le decía al Señor: “lo que tú quieras, pero si puedo celebrar todos los días la
santa misa y dedicar unas horas al confesionario mi sacerdocio se justifica de sobra” y el Señor no solo me concedió el poder ordenarme sacerdote, sino que llevé una vida enormemente activa durante unos cuantos años dando tandas de ejercicios espirituales por toda España –más de quinientas- y también en el extranjero.

¿Ahora también desarrolla una labor intensa?
Estoy plenamente activo, ¡claro! hay cosas que solo no puedo hacer, necesito la ayuda de otros, sin embargo yo creo que mis años de ceguera han sido los más fecundos de mi sacerdocio, lo digo sinceramente.

¿Le ha costado mucho hacerse a la oscuridad? ¿Qué sentidos ha tenido que desarrollar más?

Me he dado decenas de miles de golpes, no exagero nada. Golpes para matarme o quedarme tretrapléjico habré tenido cincuenta o sesenta. He terminado en urgencias tres o cuatro veces y ahora padezco dolores de cabeza a consecuencia de ellos. En mi situación me veo obligado a potenciar la memoria, voluntad, imaginación, el tacto, tengo que aguzar el oído para poderme orientar, los olores también ayudan. Soy ordenadísimo, si antes ya lo era, ahora tengo que serlo para poder encontrar las cosas. Por otro lado, soy más comprensivo con las personas que sufren, un crucificado es quien mejor puede entender a otro crucificado. También he aprendido a conocer a las personas más por dentro. A través de la voz descubro muchos matices que quienes veis no descubrís: tristeza, problemas, sinceridad o falta de ella...

¿De qué manera ayuda la fe para asumir una limitación así?

Desde la fe todo se asume mucho mejor. Yo tengo la certeza de que mi sufrimiento sirve para algo. El dolor aceptado con humildad y ofrecido con amor salva, podemos redimir al mundo con Cristo. Me siento feliz, es verdad que tengo momentos difíciles en los que lo paso mal, en los que a lo mejor me han fallado todos los que iban a recogerme para hacer una cosa y me he tenido que quedar en casa, entonces aprendes a decir “bendito seas Señor”.

Supongo que, desde que ofreció su vida por el Papa, se habrá sentido luego más unido a él a lo largo de su extenso pontificado

Yo he querido a todos los papas, porque lo esencial del papa es que es el vicario de Cristo, pero debo confesar que me he sentido especialmente unido a Juan Pablo II por la amplitud de su pontificado y también por mi vinculación a él a través del dolor. Ha sido un papa que a partir del atentado ha sufrido muchísimo. Cuando fue elegido tenía cincuenta y ocho años y parecía más joven de lo que era, a partir del atentado empezó a parecer mayor, pero no le ha dado vergüenza usar bastón, que le vean envejecer, estar limitado. Las últimas semanas han sido impresionantes, han sido su mejor encíclica sobre el dolor. La “salvifici doloris” fue preciosa, pero una cosa es hablar sobre el dolor y otra hablar desde el dolor, una cosa es hablar sobre la cruz y otra hablar desde la cruz. Este papa nos lo ha dado todo, nos ha enseñado a creer, a esperar, a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, haciendo de él el centro de nuestra vida. Yo creo que con este Papa, con su vida y con su muerte todos o casi todos nos hemos vuelto más valientes, porque nos ha enseñado a luchar, a sufrir, y a morir.

Muchas gracias, P. Rey.

Mí bendición para todos, y nos encontramos en la oración los unos con los otros. ¡Ánimo y Adelante! ¡A por ellos!

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