NUESTRAS MÁRTIRES

NUESTRAS MÁRTIRES

SIETE MÁRTIRES QUE DIERON SU VIDA POR CRISTO
PRIMER MONASTERIO DE LA VISITACIÓN DE MADRID

Ayer, 18 de noviembre se cumplieron 73 años del ofrecimiento a Dios de la vida de estas religiosas Salesas.

Primer Monasterio de la Visitación, Madrid

El 18 de febrero de 1749 se establecía el primer Monasterio de la Visitación en España, en la Villa y Corte de Madrid, por el Monasterio de Annecy, Francia, fundación de San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca de Chantal.

La ciudad las acogió con gran alegría y los Reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza, se constituyeron en protectores de las Hermanas, los cuales les edificaron el Monasterio con gran esplendor, cosa contraria a la simplicidad y humildad de las hijas de S. Francisco.

Madre Ana Sofía de la Rochebardoul, no estaba de acuerdo con ello y por más que insistió para que se hiciera algo más modesto conforme a nuestro género de vida, no se le escuchó, pues los buenos señores decían que nada era suficiente para las monjitas que iban a orar por ellos.

Más permitió el Señor que sus fieles esposas no permanecieran allí, sino hasta 1870 cuando fueron expulsadas por las leyes anticlericales de Mendizábal. En 1883 después de múltiples penalidades una bienhechora, la Sra. Da. María del Rosario Wall de Fernández de Córdoba, les construyó el Monasterio donde habitan actualmente: calle Santa Engracia nº 20.

Este Monasterio, ha sabido trasmitir su espiritualidad a través de nuevas fundaciones, no sólo en España sino llegando a México y Colombia, demostrando así su heroísmo, su amor y su espíritu de generosidad, para llevar a tierras lejanas el espíritu salesiano y la devoción del Sagrado Corazón de Jesús.



Año de incertidumbre para España

Durante esta dura prueba que vivió España en 1936, las Hermanas de Madrid no quedaron exentas, atravesando un penoso calvario y viviendo en gran tensión hasta el punto de tener que abandonar en dos ocasiones el Monasterio para refugiarse en un lugar seguro.

Por disposición de los Superiores, la mayor parte de la Comunidad se traslada a Oronoz (Navarra). Un pequeño grupo de 7 Hermanas, entre ellas la Madre Gabriela que hace las veces de Superiora, se quedan en Madrid, para cuidar del Monasterio. La persecución religiosa arrecia de día en día y el 18 de de julio les llegan noticias alarmantes; los milicianos no se detienen a incendiar Iglesias y conventos.

Ante el peligro, las Hermanas dejan el Monasterio y se refugian en un semisótano preparado con anterioridad, en la calle de Manuel González Longoria, cerca del Convento.

Transcurren 4 meses en que viven un largo martirio. Al principio las atienden algunos sacerdotes y con sus palabras las confortan a poner toda su confianza en Aquel que no abandona a los suyos; pero al ver que el peligro aumenta, y no queriéndoles comprometer ellas acuden al ángel tutelar que el Señor les envía: Amalia, Hna. de Sor Teresa María, que más tarde cuenta: “yo les llevaba casi diariamente la Comunión, en una cajita de plata, las Hnas. me recibían con cariño y agradecimiento me llamaban su rayito de sol”.

Los días pasan entre registros y sobresaltos. Un día, una brusca llamada a la puerta las sorprende. Eran dos guardias en busca de Hna. Teresa María Cavestany para llevarla a declarar; Hna. Josefa María con gran valor se ofreció espontáneamente para acompañarla, aunque sabe que posiblemente no vuelvan.

Pero después de 24 horas de angustia regresan al semisótano para tranquilidad de todas; estaban seguras: ¡ Dios velaba por ellas.! Bien comprendían que la hora de Dios se acercaba, pero la paz reinaba en medio de la zozobra. La Hna. María Inés, nerviosa de temperamento, al despedirse de sus hermanas de Comunidad, les dijo: “Pidan mucho por nosotras, porque de seguro que nos matan”. Sin embargo cuando se le pidió permanecer en Madrid aceptó con gusto. Cayó enferma con un acceso de fiebre y quieren ponerla a salvo llevándola a un hospital; ella se niega porque no desea separarse de sus hermanas y prefiere sufrir; la patria necesitaba sufrimientos y ésta era una ocasión para ofrecer algo, pensaba en todos sus hermanos que luchaban y combatían por España, su querida tierra, como ella decía.

Hna Mª. Gabriela escribe por esta época a Oronoz: “Estamos muy tranquilas en manos de Dios, seguras de Él… Él hará de nosotras lo que más nos convenga”. A su vez Hna. María Ángela les escribe contando la situación en que se vive y les dice, “Toda está muy mal, en buena hora se fueron… Pero no crean que estamos desanimadas por ello, al contrario, muy contentas, y comprendemos cada día mejor, que es esto lo que Dios quiere de nosotras; yo creo que nos pide todos estos sacrificios y sufrimientos para remedio de tantos males pues son muchos; es tanto lo que le ofendemos con todo lo que esta pasando”.

Alguien las denuncia por ser religiosas y comienzan las visitas desagradables, los famosos “registros”…

Los milicianos se llevaron los objetos de culto traídos del Monasterio, solo se salva milagrosamente una imagen de Ntra. Señora de Lourdes, la cual velaba por ellas maternalmente, mientras ellas ruegan a su vez por su conversión y los perdonan generosamente.

Tanto el portero de la casa como los familiares de las hermanas, quieren ponerlas a salvo de una en una, llevándolas algún Consulado o Embajada, pero ellas se niegan porque no quieren comprometer a nadie y habían quedado para cuidar del Monasterio.

Hna. Gabriela, ante el peligro que corren, insiste una y otra vez a sus hermanas que con toda libertad pueden marcharse. Todas responden que desean permanecer unidas y están dispuestas a morir por Dios. Sus deseos de martirio van en aumento.

En el último registro del 17 de noviembre de 1936, las milicias anarquistas se despiden con una amenaza: “¡Hasta mañana!”. Ellas comprenden que es para conducirlas a la muerte y pasan la noche en oración, con el fin de prepararse al momento supremo. Hna. Mª. Gabriela anima a las hermanas a dar gracias al Señor pues ha llegado la hora de entregar sus vidas por Él, que la había entregado antes por nosotras.

Por la tarde Carmen Arnaíz, la portera, llama a la puerta para entregar la leche que le habían encargado las Hermanas, y Hna. Teresa María, que es la provisora le dice: “Aprovechen ustedes esa leche. Nosotras ya no la necesitamos y la vuelta de dinero quédense con ella. Son las últimas 100 pesetas que tenemos, nuestras cuentas ya están cerradas. ¡Nos vamos con el Señor, que gracia alcanzar la palma del mar

Hacia las 7 de la tarde de este inolvidable 18 de noviembre vienen para conducirlas a la muerte. Hna. María Inés, sigue en cama con fiebre, cuando se presenta el grupo de milicianos, le mandan de malos modos que se levante; las hermanas quieren recoger una manta para abrigarla, pero los milicianos les dicen: “No hace falta, esa fiebre le pasará pronto, ya lo verán”.

Sale tambaleándose a causa de la fiebre apoyándose en una hermana. ¡Con qué dignidad salen!, estaban serenas. En la puerta se ha amotinado mucha gente. Y ellas con gran valentía hacen la señal de la cruz. Inmediatamente se oyen gritos, insultos y amenazas y alguien dice: “Aquí mismo tienen que fusilarlas, porque con sus actos desafían”.

Se las llevan en un camión. El trayecto es breve, de pronto un frenazo fuerte del camión, les indica el lugar designado para su ejecución. Se encuentran en la confluencia de la calle López de Hoyos con Velásquez, las hacen bajar y una ráfaga de proyectiles derriba sus cuerpos que quedan cruelmente destrozados, pero Hna. María Cecilia, al escuchar el primer tiro, presa de terror, hecha a correr. No sabe hacia donde y pronto se encuentra con unos guardias y se entrega diciendo; “Soy religiosa”.

Al día siguiente por la mañana la llevan a una de las peores cárceles improvisadas, las tristemente llamadas “checas”. Allí se encuentran varias mujeres. El suelo está lleno de agua, solo tienen un banco para todas y allí hace mucho frío. Al llegar Hna. Cecilia, se va hacia un rincón, tímida como es no se atreve ni a mirar; una joven se le acerca y con cariño le pregunta y ¿tu quien eres? Ella le responde rápidamente: “Soy religiosa”.

Como le inspiraba confianza le contó lo sucedido: “Estábamos 7 religiosas en un piso aquí en Madrid, somos salesas, vinieron por nosotras nos metieron en un camión y nos llevaron a un sitió oscuro donde había barrotes, era como un solar, pero no sé donde es porque no conozco Madrid.

Yo bajé del camión de la mano de otra hermana, éramos las dos últimas, y al notar que caía muerta a mis pies, no sé lo que me pasó y eché a correr, no sabía lo que hacía”. Hna. María Cecilia se dolía de ser tan cobarde y deseaba morir como sus Hnas. Ya tranquila y siempre rezando, edificaba a sus compañeras de cautiverio.

Poco a poco las iban llamando a declarar, y a unas las dejan en libertad a otras las fusilan. Hna, Cecilia se va despidiendo de ellas con tristeza. Teme quedarse sola pero les asegura que cuando llegue su turno no ocultará que es religiosa. Es consciente de lo que esa afirmación supone en aquellos precisos momentos. La joven con quien habló, al despedirse le indicó la dirección de su casa, para que cuando saliera se dirigiera allí, pero pasaron los días y de Hna. Cecilia, no se supo nada.

Pronto corrió la voz, de que a las Hermanas las habían matado, pero ¿dónde y cómo? Esto, nadie lo podía precisar y las circunstancias actuales exigían prudencia; así que sus familiares trataban de averiguar con gran cautela.

Desde 1939, fin de la guerra civil, hasta 1942 se dan estos acontecimientos. Vuelve la Comunidad desde Oronoz (Navarra) a Madrid, se comienza averiguar las circunstancias del martirio, al mismo tiempo que se emprenden las reparaciones del Monasterio, desvastado por el fuego y el saqueo.

Se informan del martirio de las Hermanas, localizan en el cementerio de Ntra, Sra. de la Almudena los cadáveres de 6 de las Hermanas, cerciorándose de la autenticidad de los mismos, por fotografías que obraban en los cementerios, y gestionan el traslado de cuatro de ellas a la Cripta del Monasterio el 14 de junio de 1940.

Era necesario reconocer visualmente, sin tocar nada, los cadáveres bajo juramento. Se reconoció sin lugar a dudas a las Hnas. Mª. Gabriela, Teresa María, Mª. Engracia y Mª. Inés. Sin embargo aunque estaban seguras de que los otros dos cadáveres eran de las Hnas. Josefa Mª. y Mª. Ángela, sus rostros se encontraban tan desfigurados por los disparos que, con gran dolor no se atrevieron a prestar el juramento y sus restos quedaron enterrados, con sus nombres, en el cementerio de la Almudena hasta que fueron trasladados al Valle de los Caídos.

Gran consternación causó la desaparición de Hna. Mª. Cecilia, solo se supo por personas que estuvieron con ella en la checa de su encarcelamiento, nada más pudieron aportar de su destino posterior. En 1941, vino al Monasterio una Sra., acompañaba a su sobrina, que deseaba ser religiosa. Al entrar la superiora al locutorio, la Sra. se quedó mirando la cruz que llevaba en el pecho y admirada dijo “¡ay! como esa cruz he visto una en el Juzgado Municipal de Vallecas”.

Ella refirió que buscando el cadáver de su marido, desaparecido en 1936, lo encontró e identificó por los objetos que llevaba, allí vio una cruz atravesada por una bala y se le quedó bien grabada, estaba segura que era igual. Gracias a este dato providencial fue localizado el cadáver de la séptima Hermana el día 4 de octubre de 1941, en el cementerio de Vallecas.

Actualmente están enterradas cuatro de nuestras Beatas en la cripta del Monasterio, y tres en la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

Beata María Gabriela

Nace en el pintoresco e importante pueblo de Alhama (Granada), el 24 de julio de 1872. Para sus padres, Juan de Hinojosa y Manuela Naveros, llega como un regalo del cielo, pues todos sus hermanos son ya mayores. Pronto la bautizan dándole el nombre de Amparo, que luego cambiará por el de Mª. Gabriela en la vida religiosa.

Al cumplir 7 años pierde a sus padres, y su hermano mayor Eduardo, que vive en Madrid la recibe con gran cariño en calidad de tutor. Como Amparo es de carácter jovial, alegre y afectuoso, hace las delicias de los suyos. Tiene un gran amor a la Virgen y se consagra a Ella.

Es precisamente a los pies de la gruta de Lourdes, donde siente la llamada de Jesús a la vida religiosa. Sólo tiene 15 años y responde con un sí, generoso; pero su hermano mayor la encuentra muy joven y decide esperar un poco. A sus 19 años entra en el Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, y esta separación le fue muy dolorosa al igual que a toda su familia.

Al entrar al Monasterio, emprendió con fervor su formación religiosa. Muy amante de la Orden y de su vocación se penetró profundamente de su espíritu, llegando a ser una regla viva, para con todas sus Hermanas. Tenía una gran devoción a la Eucaristía y se la comunicaba a los demás.

En 1936 al estallar la revolución, la Comunidad parte para Oronoz (Navarra), y Hermana Gabriela queda en Madrid, como superiora del grupo, para cuidar del Monasterio junto con otras Hnas.

Las últimas palabras suyas que se conservan son: “Estamos rezando, dando gracias a Dios porque nos ha llegado la hora”. Toda su vida fue de alabanza a Dios por todo lo que le había concedido.

Beata Josefa María

Es agraciada, bondadosa, tranquila, siempre está risueña. Su niñera le dice encantada “Carmiña, como tú no hay otra”. Desde pequeña quiere ser carmelita y su mayor diversión es vestirse de monja con lo primero que encuentra. Así ataviada va al espejo y se contempla satisfecha, pone los brazos en cruz mira al cielo y se cree otra santa Teresita.

Su padre Emilio Barrera, comandante de Marina, satisface todos sus caprichos. Pero su madre, María Izaguirre, sabe unir el cariño a la firmeza, haciendo de contrapeso y corrigiendo sus defectos: es un poco dormilona y no le gustan las faenas de la casa.

Ya en el Monasterio se lamentaba de haber sido vanidosa y de abusar de la predilección de su padre

Vio la luz del día en El Ferrol (La Coruña), el 23 de mayo de 1881, era la mayor de cinco hermanos. Pasados algunos años la familia se traslada a Cádiz y poco después a Málaga. La inmensidad del mar despierta en su alma deseos de infinito, ansias del “más allá”…Cual frágil navecilla, boga mar adentro, entre las borrascas y luchas de la vida

El 15 de octubre de 1918 entra en el Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, haciendo realidad de su entrega al Señor en la vida religiosa.

En 1936 fue escogida por la superiora para permanecer en Madrid, entre el grupo de las siete Hermanas. Su familia deseaba llevarla a casa, pero ella rehúsa porque ha dicho con sus compañeras: “Hemos prometido a Jesús las siete unidas no separarnos… Si por derramar nuestra sangre se ha de salvar España, pedimos al Señor que sea cuanto antes”. Al principio de su vida había dicho: “Yo no tengo madera de mártir”.

Ahora, en manos del Artífice divino, ha sido tallada y trasformada en una fiel imagen de Cristo. Su rostro queda totalmente desfigurado por el impacto de las balas, pero Dios la reconoce porque ve Su Imagen dolorida.

Beata Teresa María

Nace el 30 de julio de 1888 en Puerto Real (Cádiz), aunque vive en la capital de España durante casi toda su vida. Su padre Juan Antonio Cavestany, es un gran literato e insigne poeta. Su madre, Margarita Anduaga, un modelo acabado de mujer fuerte que encuentra en Dios la ayuda para cumplir con sus deberes de esposa y de madre. El Señor les bendice con 16 hijos.

Tiene una gran personalidad. Todo le sonríe en la vida. El mundo le presenta sus halagos. Pero desea entregarse a Dios, nada le detiene y entra en el Monasterio de la Visitación el 18 de diciembre de 1914. Al tomar el hábito recibe el nombre de Teresa María, y feliz escribe: “No tengo más que un solo deseo, insaciable, inmenso… ¡el deseo, la sed de Dios! ¡Sólo Dios!”

Es una de las que permanece en Madrid el 1936. Jesús la ha preparado para el holocausto. Y la que no se atrevía a aspirar más que al sacrificio oculto de una fidelidad constante a su Voluntad, va a tener la gracia que ella llama “demasiado grande y demasiada felicidad…” de derramar su sangre por Él.

Beata María Inés

Nace en Echávarri (Navarra), el 28 de enero de 1900. Es bautizada al día siguiente recibiendo el nombre de Inés. Sus padres Valentín Zudaire y Francisca Galdeano, le ofrecen un hogar cristiano impregnado de la presencia de Dios.

El Señor les bendice con 6 hijos y pone su mirada predilecta en dos de ellos: Florencio que ingreso en los Maristas, e Inés, que con el entusiasmo de sus 19 años se presenta en el primer Monasterio de la Visitación de Madrid. Pronto se da cuenta la maestra de novicias de que es muy buen, candorosa y que como cera blanda se puede moldear muy bien pues tiene grandes deseos de entregarse a Dios.

Le enseña a hacer la oración y por la noche le pregunta como le ha ido, a lo que la postulante le dice con sencillez: “Muy bien, he hecho lo que me ha dicho y me parecía como si Jesús estuviera a mi lado”.

Al vestir el hábito no se le cambia el nombre, sólo se la añade el de María y así le queda más a su gusto, puesto que amaba tanto a la Virgen. Cuando en 1931 la persecución religiosa debe refugiarse en Oronoz, Hna. Mª. Inés a pesar del sufrimiento que supone esto, siente una gran alegría de poder ver su tierra y familia.

Una hermana que la visita se lamenta que después de tres años de matrimonio no tiene hijos y Hna. Mª. Inés le pregunta si lo desea y ante la respuesta afirmativa le dice: “El año que viene tendrás un hijo”. Y así sucedió. Hna. Mª Inés creía y confiaba en el Señor.

La situación se complica en 1936 y la Comunidad vuelve a Oronoz, Hna. Maria Inés a pesar de su cobardía, pues tiene miedo, acepta quedarse entre el grupo y les dice a sus Hermanas que parten: “Pidan mucho por nosotras, puede ser que nos maten”. Y Dios acepta su sacrificio y la une al Suyo.

Beata María Cecilia

En el cristiano Hogar de Antonio Cendoya e Isabel Araquistain hace su entrada en la vida la pequeña Mª Felicitas el 10 de enero de 1910, en Azpeitia (Guipúzcoa). Es vivaracha y juguetona. Crece feliz al lado de sus hermanos. Sus padres imprimen el corazón de sus hijas el santo temor de Dios y una sólida piedad. Su madre decía que tenía algo distinto que las demás, sin embargo cuando le manifestó el deseo de ser religiosa, su madre le dijo. “¿Tú monja, con ese genio…? Tienes que corregir ese genio si quieres ser monja” y su madre decía que cambió desde ese momento.

Decidida y alegre, a sus 20 años atraviesa los umbrales del Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, el 9 de octubre de 1930. En su toma de hábito recibe el nombre de Mª. Cecilia. Su temperamento vivo, contrasta con su carácter amable, sencilla, humilde, abnegada y muy servicial; “Era el Ángel de las pequeñas prácticas”, solían decir las Hermanas.

Desde el principio sufre todas las consecuencias de la persecución religiosa: disturbios, votaciones, quemas de Iglesia y Conventos, dispersión de su Comunidad, etc. Desde estos años tiene muchas oportunidades de ir con su familia, pero por amor a Jesús y a su vocación nunca acepta las propuestas y siempre dice con tesón que no quiere marcharse por nada del mundo.

Fue la Hermana que más sufrió, era la más joven y no llevaba mucho tiempo en el convento, no conocía a nadie y como era vasca, el castellano no lo sabía bien, todo esto ayudó a serle más penosa su soledad última, pero Dios velaba por ella y la colmó de fortaleza.

Beata María Ángela

Guipuzcoana como San Ignacio, nace en Azpeitia el 12 de noviembre de 1893. Es la octava y como él, el último vástago de la familia. Sus padres, José Ignacio Olaizola y Justa Garagarza se apresuran a hacerla hija de Dios el día mismo de su nacimiento.

Cuando oye la llamada de Jesús que la invita a seguirle, no se hace esperar y llega al Primer Monasterio de la Visitación de Madrid en 1918 como Hermana externa. Como es una Hna. inteligente y humilde sus superioras la designan para permanecer en Madrid durante el exilio de la Comunidad, en este tiempo tiene el consuelo de ver a su sobrino Justo, que extrañado de ver la paz de su tía se empeña en llevarla a casa, lejos del peligro, pero ella le dice “Mi puesto esta aquí, después, que se cumpla la voluntad de Dios”.

Entregada por entero a los planes de Dios espera valientemente la hora de derramar su sangre por Él. El Señor ha colmado su deseo de permanecer oculta. Se conserva muy pocas cosas suyas y ni siquiera su cuerpo pudo ser recuperado. Pero su vida sencilla y fiel es un mensaje elocuente para todos.

Beata María Engracia

Pedro Lecuona y Matilde Aramburu forman una familia cristiana bendecida por Dios con 14 hijos. Viven en un risueño caserío guipuzcoano de Oyarzun.

Josefa Joaquina, que es la mayor, nace el 2 de julio de 1897. Se distingue desde muy niña por su inteligencia y sentido de responsabilidad. Aprende de sus padres el amor al trabajo y, sobre todo, a servir a Dios, a amarle con todo su corazón y hacer felices a cuantos la rodean. Pone una escuela en su casa para que los niños de las cercanías aprendan la doctrina cristiana y tiene una gran paciencia con ellos. Siempre ha suspirado por la vida religiosa y como sus deseos aumentan de día en día comunica a sus padres la decisión. Ellos le conceden el permiso con gran pena pero felices de tener una hija consagrada al Señor.

Desde pequeña había llamado la atención por su amor a la Virgen, a la que se había entregado como esclava y es en la víspera de la Inmaculada de 1924 cuando ingresa en el Primer Monasterio de la Visitación de Santa María en Madrid.

El 8 de octubre tiene la alegría de vestir el hábito, recibiendo el nombre de María Engracia.

Cuando la Comunidad se refugio en Oronoz en 1931, ella que era Hermana externa, se multiplicaba para conseguir todo lo que se necesita.

Su rostro afable, su bondad y simpatía gana todos los corazones y pronto se hace popular en aquel pueblecito y sus contornos.

En 1936 el Señor le pide quedarse en Madrid y este sacrificio es aún más costoso cuando ve partir con la Comunidad a su propia hermana María, que ha ingresado también en el Monasterio hace dos años. En el semisótano-refugio, pone su nota de humor y contagia alegría a las Hermanas en medio de un clima de oración, sacrificio y cálida fraternidad.

Saben el peligro que corren, pero desean continuar juntas y se preparan para el inminente martirio velando toda la noche, en profunda intimidad con el Señor.

La portera que las defiende y aprecia mucho, declara: La Hna, María Engracia me dijo en varias ocasiones: “Ya está cerca el martirio, ¡qué alegría!, ¡Ay…aún no llegan los milicianos por nosotras! ¡Qué larga se hace la espera…!”.

Se le veía impaciente “volaba de fervor”, dicen los testigos: “Todavía estamos aquí, Carmen, el Señor no nos quiere todavía, pero ya llegará…” Y llega “su hora”… Su vida concluye inmolada en aras del Amor más puro y perfecto. La alegría santa y el gozo coronan su fortaleza martirial.



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