¡Qué Cruz!

¡Qué Cruz!... Como es sabido, parece que las cabezas del nuevo socialismo español tiene voluntad política de quitar la cruz o los crucifijos de los lugares públicos del territorio nacional. No faltan quienes dicen que es una maniobra para distraer al público espeso y municipal de las crisis (en plural) que el gobierno español tiene en mano.

Con independencia de que así sea, el asunto es de una minusvalía intelectual o alelamiento capaz de dejar estupefacto al mundo mundial no afecto (por oficio o por beneficio) a la secta del zapaterismo activo.

La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de ciudadanía» de la religión cristiana. La negación del derecho a profesar públicamente la propia religión y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo. La exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bien porque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.

CARTA ENCÍCLICA CARITAS IN VERITATE , 56

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