7 Pecados capitales



¿Jorge Loring? Verdad, que éste Legionario de Cristo se parece, en el modo de explicarse, a nuestro Jesuíta famoso mundialmente.



P. Jorge Loring, en 1975

El nacimiento de María



Fragmento de la Homilía que Don José Delicado Baeza, Arzobispo emérito de Valladolid que ofreció en la Misa celebrada en honor a la Virgen de San Lorenzo, patrona de la ciudad de Valladolid, el 8 de Septiembre de 2009.

P. IGLESIAS, UN GRAN PREDICADOR (1925-2009)

P. IGLESIAS, UN GRAN PREDICADOR


Fallece el jesuita Ignacio Iglesias, quien fuera provincial de España y presidente de CONFER

Un experto en espiritualidad ignaciana

Entrevista al P. Iglesias

En la madrugada de hoy, 11 de septiembre de 2009, a los 84 años de edad, y en el día en que cumplía 68 años en la Compañía de Jesús, ha fallecido, en Valladolid, el P. jesuita Ignacio Iglesias González. Fue provincial de León, Asistente de España en Roma, Provincial de España y presidente de la CONFER (1982-1986). Asimismo dirigió durante muchos años el Secretariado Interprovincial de Ejercicios de los jesuitas españoles y la Revista de Espiritualidad Manresa y fue un cercano colaborador del P. General Pedro Arrupe durante casi diez años que consideró como una “gracia”.

El P. Ignacio Iglesias nació en Monleras, provincia y diócesis de Salamanca el 26 de mayo de 1925, en una familia de seis hermanos de los cuales cuatro siguieron la vida religiosa. Hizo sus estudios primarios en su pueblo natal y con doce años ingresó en la Escuela Apostólica de Carrión donde fraguó su vocación y estudió humanidades. Fue admitido en la Compañía en la Provincia de León, entrando, en el noviciado de Salamanca, el 11 de septiembre de 1941, donde hizo igualmente cuatro años de juniorado. Tras la filosofía y el magisterio en Comillas, estudió la Teología en Frankfurt. Fue ordenado sacerdote el 30 de julio de 1956. Trabajó como espiritual de los alumnos en Carrión y León antes de la Tercera Probación en Gandía en el curso 1960-61.

Destinado a Comillas (Santander) fue Vicerrector del Seminario Menor entre 1961 y 1965 y a continuación Rector del Colegio Máximo hasta 1966, en que fue nombrado Provincial de León. En 1972 marchó a Roma como Asistente de España y cercano colaborador del P. Pedro Arrupe, un período del que él ha escrito que "después de la vida y la fe, que incluye como es obvio a mi familia, y después de la llamada del Señor a la Compañía de Jesús, los nueve años y medio vividos con Arrupe han sido la gracia más importante de mi vida". En 1981 fue nombrado Provincial de España. Fue Presidente de la CONFER entre 1982 y 1986. En 1987 pasó a vivir con los estudiantes en formación jesuitas, en la Comunidad de San Leopoldo (Madrid), asumiendo la dirección del Secretariado Inter¬provincial de Ejercicios y de la Revista Manresa.

De entre su bibliografía destaca la obra editada por Gianni La Bella, Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús. Nuevas aportaciones a su biografía. Detrás del editor hay dos protagonistas indiscutibles aunque latentes: Ignacio Iglesias S.J. y Urbano Valero S.J.. En el libro aparece además su muy valorada aportación: "Aportaciones a su biografía interior", en referencia al P. Arrupe.

Desde 2005 Ignacio Iglesias vivía en la residencia jesuita de Valladolid (que aglutina diversas obras de la Compañía en esta ciudad) donde daba ejercicios, escribía, colaboraba en las Eucaristías de la iglesia…, y era, según sus últimos compañeros “un poco el hermano-padre de todos, con paciencia infinita, apuntándose a todas las obligaciones, hasta el punto de ir a fregar los platos después de comer con su muleta…ha sido para nosotros como una réplica entrañable de Arrupe”

Aunque permanecía en activo y continuaba impartiendo numerosas tandas de Ejercicios, desde hace unos años padecía un proceso canceroso que puso en serio peligro su vida, lo que le dio ocasión, con pleno conocimiento, para mostrar una serena y gozosa aceptación de la muerte. Inesperadamente la enfermedad tuvo una mejoría que le ha permitido unos años de intenso apostolado y de casi continuas tandas de Ejercicios Espirituales. Repentinamente ha fallecido en la madrugada de hoy.

Mañana, sábado 12 de septiembre, se celebrará una Misa corpore insepulto en la Capilla del Cristo de Villagarcía de Campos a las 17.00 horas. A continuación se tendrá el entierro en el cementerio en esta misma casa jesuita.

Desde hoy tenemos a otro intercesor desde el Cielo, ha muerto como un santo preparando en su despacho los ejercicios espirituales que estaba impartiendo a unas religiosas. y ha subido al Cielo justo el dia previo al sábado, día de la Virgen y que celebramos éste 12 de septiembre el Dulce Nombre de María. Casualidades de la vida o no, porque ya son varios sacerdotes, religiosos / as, que conocemos que han ido al Cielo en fechas clave como Jueves Santo; María, Madre de Dios; Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ...

D.E.P.
P. Ignacio y QUE EN EL CIELO LE VEAMOS



Música de ferias

Le Llamaban Loca de Jose Luis Perales



Pimpinela - Olvidame Y Pega La Vuelta

Nuevas tecnologías ¿sólo para los países ricos?


Nos lo explica el profesor Antonio Rodríguez De las Heras de la Universidad Carlos III de Madrid, España

Se necesitan... Santos Sacerdotes





PRESENTACIÓN


Este Ideario que tienes en tus manos creo puede ser considerado como una manifestación del cariño de quien lo escribe (Mons. Arturo A. Szymanski Ramírez), hacia los llamados por el Señor a ser guías de su Pueblo Santo en nuestra Nación. Tómenlo ellos como un apoyo dado por un pastor experimentado que, a sus sesenta años de ordenación presbiteral (22 de marzo de 2007), en pocas líneas plasma el sentir de su corazón para quienes como él han sido escogidos por el Señor para su servicio ministerial.

INTRODUCCIÓN

La formación sacerdotal que se ofrece en los seminarios va encaminada a preparar a los jóvenes que, descubriendo el llamado de Dios, desean responder a Él para llegar a ser un día “pastores” de su pueblo. La Sagrada Escritura afirma que el sacerdote es “un hombre tomado de entre los hombres y constituido a favor de los hombres” (Hbr 1,5). Por lo cual quien es “tomado de entre los hombres” para este fin, necesita prepararse en todas las dimensiones, de modo que alcance una formación “integral” (es decir “completa” ) y así pueda llegar en el futuro, a ser capaz de estar al frente de una comunidad como pastor.

Querido joven, al ofrecerte estas breves líneas que quieren ser un “Ideario de santidad para el seminarista”, espero y deseo te ayuden como un sencillo medio en tu camino, para lograr lo que tú quieres: ser un “buen pastor”.

+ José Luís Amezcua Melgoza

Obispo de Colima
Responsable de la Dimensión “Seminarios” en la
Comisión Episcopal para Vocaciones y Ministerios.

+ José Trinidad González Rodríguez

Obispo Auxiliar de Guadalajara
Presidente de la Comisión Diocesana de Causas de Canonización, en Guadalajara


¿QUIÉN SOY Y QUÉ QUIERO?

Soy consciente de ser una criatura limitada que desea entregarse a Dios para amarlo sobre todas las cosas siendo su ministro.

Debo tener claro que el que ingresa al Seminario entra a una vida muy especial que no es como la que llevaba antes.

Como la vida del seminarista va a cambiar éste debe lograr, en primer lugar, conocer si es capaz de ir adquiriendo todas las cualidades requeridas para “ser Sacerdote”.

Tú, has de tener claro si Dios te llama al ministerio presbiteral o únicamente a ser un buen cristiano. No hay un “tertium quid” (otra tercera opción). Eso quizá llevará tiempo y necesitará consejo y oración profunda.

Desde tu ingreso al Seminario deberás tratar de llevar una vida ordenada. Por eso el Reglamento del Seminario deberá asumirse no como una obligación que “hay que cumplir para que no me corran” sino como el comienzo de una vida ascética, que podrá llevarte en el futuro a ser un hombre ordenado y cumplidor de sus obligaciones seas presbítero o no. Así desde el comienzo deberás estar persuadido de que lo que se manda o prescribe es para lograr un objetivo superior que, a veces, al principio no se alcanza a valorar.

El que tiene claro que Dios le llama a ser “sacerdote ministerial”, debe saber que principia para él una vida de formación permanente que no terminará hasta su muerte.

Es muy importante saber claramente en qué consisten las virtudes sacerdotales, sobre todo la “sobriedad de vida” y el “santo celibato”, que siendo un don de Dios debes pedirlo con humildad. Para esto te deberás preparar desde que pones tus pies en la puerta del Seminario.

¿YO COMO SEMINARISTA EN QUÉ ME DEBO PREPARAR?

Tu tarea desde hoy es prepararte en cuatro dimensiones que son indispensables para lograr la integridad de la formación: la dimensión humana y la espiritual, la académica y la pastoral.

Este debe ser el orden lógico de tus prioridades y, si no lo guardas, difícilmente lograrás el objetivo: “Ser un santo sacerdote”. Por eso en la vida del seminarista se ha de realizar la respuesta a estas cuatro dimensiones de las que te diré unas palabras.

PRIMERA: La dimensión humana

¿ESTOY DISPUESTO A TRABAJAR PARA SER UN HOMBRE ÍNTEGRO?

El seminarista deberá tener como meta humana de su preparación el lograr una personalidad bien definida, que comienza desde el conocimiento de su identidad varonil. Este es un requisito indispensable para aspirar al sacerdocio y para saber situarte en medio de un mundo que hoy aparece fácil y escurridizo.

Para lograr lo anterior se presentan los siguientes retos: comprender lo que es la libertad y la responsabilidad, valorar la madurez humano-afectiva, cuidar la salud física y mental, fomentar el espíritu de servicio y el trabajo en equipo.

Todo esto es fundamental para el trabajo en las otras dimensiones de tu formación. Sobre todo es importante estar dispuesto a dejarte conducir por el Espíritu Santo que se vale de sus mediaciones de servicio en el Seminario.

SEGUNDA: la dimensión espiritual

¿ESTOY DISPUESTO A LOGRAR SER UN HOMBRE DE DIOS?

Esta pregunta es fundamental en un candidato al Presbiterado y la respuesta a ella puede ser “si”, “no”, o “ni se me había ocurrido”.

Si la respuesta es “no”, no sigas en este camino. Si es “si”, debes aprender a ser en verdad un “hombre de Dios” e ir progresando en ello más que en las materias que estudiarás. Si “no se te había ocurrido”, examínate seriamente y llegarás a un “si” o a un “no”. Si llegas a un “no”, no sigas, pues este no es tu camino. Si llegas a un “si”, desde el principio deberás esforzarte todos los días por irte formando como un hombre de Dios, es decir SANTO.

Para eso hay mucha literatura y una persona dispuesta expresamente para orientarte: “El Director Espiritual”.

Desde el principio deberás hacer el propósito de tener tu Director Espiritual que seguramente te irá ayudando a formarte como hombre coherente. Deberás tenerle gran confianza y abrirle tu corazón, manifestándole con gran sinceridad tus buenos deseos y los obstáculos que se te presenten. Si no eres sincero con tu Director Espiritual seguramente estarás poniendo una traba a tu formación como “hombre de Dios”.

De acuerdo con tu Director Espiritual deberás ir teniendo unos “rituales de vida” (normas que te establezcas libre y seriamente), que te ayudarán a sostenerte sereno y tranquilo tanto en los momentos alegres como en los de oscuridad. Los rituales serán de: tu vida física, tu vida psíquica, tu vida moral y sobre todo, tu vida espiritual. Tenlos y se fiel a ellos.

Deberás ir aprendiendo a rezar en equipo ¿tienes alguna experiencia seria de esto? ¿Con que resultados? ¿Has sido constante? ¿Eso te ha ayudado a ser piadoso en serio?

Si no sabes rezar en equipo, quizá se te dificultará trabajar en equipo, y si así llegas al sacerdocio fácilmente serás un hombre solo y triste.

Ten claro que si no eres un hombre piadoso, es decir, si no estás enamorado del Señor Jesús, pero en verdad enamorado, no podrás ser una persona santa, y por lo tanto no serás un buen sacerdote. Ten siempre como norma de tu vida NO FALLARLE NUNCA AL SEÑOR JESÚS a quien debes amar de todo corazón.

Para medirte cómo quieres a Jesús, puedes pensar en aquel verso de Pemán:


“Porque querer es esto:
querer es decidirse,
es tomar una de las cosas bellas,
es llenarse de la luna
y renunciar a todas las estrellas”

Ten claro que lo principal en el Seminario es formarte para ser un hombre que siempre tenga como meta SER SANTO. Esa debe ser tu primera y principal tarea como seminarista.

TERCERA: La dimensión académica.

¿QUIERO ENTREGARME AL ESTUDIO PARA REALIZARME EN EL MINISTERIO SACERDOTAL?

Aunque la respuesta parece fácil, sería bueno desde el principio saber qué clase de sacerdote deseas ser y qué es lo que quiere la Iglesia para quien descubre que Dios lo llama.

Para esto has de tener clara la enseñanza de la parábola de los talentos (Cfr. Mt. 25, 14 – 30 Lc. 19, 11 – 27). A todos el Señor ha dado una serie de aptitudes y capacidades. Hay que saber fomentarlas y aprovecharlas desde que se ingresa al Seminario.

No dejes pasar ni un día sin aprender algo nuevo. Recuerda que “memoria minuitur nisi excolatur” (la memoria se disminuye si no se cultiva). Si te cultivas tu vida será la de un hombre feliz, y tú serás alguien que está al día en las ciencias sacerdotales, contento con lo que eres y lo que haces.

Deberás hacer tu plan de estudios, en ello podrá auxiliarte el Asesor de Estudios, proponiéndote objetivos y metas claras, que pueden ser evaluadas por ti con él.

Sobre todo trata de hacer vida lo que vas aprendiendo y aprende a compartir con tus compañeros. Así te prepararás para compartir con las personas a las que tendrás que entregarte en el futuro ministerio.

Aprovecha los tiempos de estudio, hazlo por convicción, no pierdas tu tiempo y no lo hagas perder a los demás. Debes aprender un método de estudio y seguirlo fielmente para tener resultados.

Si no te haces el hábito de ser estudioso serás en el futuro un sacerdote ignorante. Sé consciente desde ahora de que debes utilizar bien el tiempo.

Aprende a investigar y ama el hacerlo, no te contentes con solo saber lo que se te explica en las clases, aprovecha el uso de la Biblioteca y sírvete correctamente de los medios electrónicos. Así pondrás la base para ser un sacerdote instruido y no uno que se quedó atrás y no está al día en los conocimientos que se requieren.

CUARTA: La dimensión pastoral.

¿QUÉ ACCIONES DEBO REALIZAR?

Al llegar al Seminario uno desea hacer algún apostolado y se “tira al ruedo” casi sin ninguna preparación. En esto sé paciente.

Después de tener claros tus objetivos de la formación humana, de la vida espiritual y de la dimensión académica, hay que tratar de vivir y aprender a comunicar lo que vas logrando hacer tuyo y que ya lo has asimilado.

Lo primero que tienes que hacer siempre es tratar de dar buen ejemplo, para lo cual debes saber aún cómo presentarte: ser una persona decente, aseada, cortés en tus expresiones y tu trato.

Durante tu vida de Seminario te irás dando cuenta si vas progresando en tus actitudes.

No debes olvidar el tratar a tus familiares con respeto y gratitud. No te avergonzarás de ellos aunque sean gente sencilla, pues “Una gente buena y sencilla vale más que todo el oro del mundo”.

El Seminarista debe ser alguien que desea aprender, esto te capacitará para ayudar a los demás a ser santos y como “nemo dat quod non habet” (nadie da lo que no tiene), desde el comienzo de tu vida en el Seminario deberás aprender a “ser santo” y a “no fallarle al Señor”. Éstas son dos actitudes fundamentales en el seminarista, y con esa mirada deberás hacer todos los estudios y demás actividades que te formarán como “Hombre de Dios”.

Ya que en el futuro deberás ser una persona que se sabe comportar bien, has de aprender a ser cuidadoso, puntual y cumplido en tus obligaciones, y sobre todo, has de asumir tus tareas con espíritu sobrenatural.

CONCLUSIÓN

Si en el Seminario logras portarte como una persona que vaya respondiendo las preguntas anteriores, habrás puesto la base para ser un Santo Sacerdote de lo que no te arrepentirás en el futuro, y tendrás un ministerio que te llevará a aprovechar tu vida que es única e irrepetible y de la que, tarde o temprano, deberás dar cuenta a Dios.

Nota final: Recuerda que un apoyo grande para tu vida seminarística lo tendrás siempre en tus formadores y maestros que han sido puestos por Dios, valiéndose de sus mediaciones, para ayudarte a poner las bases a fin de que llegues a ser un hombre santo. Acude a ellos con confianza, ya que tienen la obligación de ayudarte amándote en Cristo y como Cristo te ama. También tu familia y tus compañeros son agentes de tu formación y, de modo especial, el Espíritu Santo que es quien impulsa y alienta a todos en la Iglesia.

Termino: A un campesino del pueblo de Ars, en Francia, le preguntaron lo que pensaba de su párroco (el santo Cura Juan María Vianney) y respondió con sencillez: “He visto a Dios en un hombre”. Eso es lo que quieren ver los fieles en el sacerdote. ¿Estás dispuesto a eso?

¡Ánimo!

Tu amigo: Arturo A. Szymanski R.

“Los fieles esperan de los sacerdotes solamente una cosa: que sean especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Al sacerdote no se le pide que sea experto en economía, en ingeniería o en política, de él se espera que sea experto en la vida espiritual. Ante las tentaciones del relativismo o del permisivismo, no es necesario que el sacerdote conozca todas las corrientes actuales del pensamiento, que van cambiando; lo que los fieles esperan de él es que sea testigo de la sabiduría eterna, contenida en la palabra revelada”.

(Benedicto XVI, mayo 2006).

Es verdad, la misión fundamental del sacerdote consiste en llevar a los hombres a Dios. Él nos sigue mirando con amor y debemos confiar en esta mirada.
+

"¡ÁBRETE!"


"¡EPHETA!", que quiere decir "¡ÁBRETE!"

En el Evangelio de este Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, escuchamos cómo Jesús cura a un sordomudo. Lo había anunciado gozosamente el profeta Isaías en la primera Lectura (Is 35,4-7):

«viene Él mismo a salvaros. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo».

Y ahora se cumple en Jesucristo que atiende la petición de la gente que le rodea y se interesa por un sordomudo, que le traen a su presencia. Jesús abre los oídos del sordo para que pueda oír y escuchar, luego desata su lengua para que pueda hablar y expresarse, para que escuche y pueda responder, para que oiga la palabra de Dios y dé cumplida respuesta.

La Iglesia ha conservado este signo de Jesús en la liturgia del Bautismo. Sobre el bautizado, el sacerdote señala sus labios y sus oídos para significar el deseo de que el nuevo cristiano tenga el oído bien dispuesto para escuchar la palabra de Dios y la lengua bien dispuesta para dar testimonio de su Fe.

Pero no basta con haber sido bautizados, no basta con haber recibido la gracia de poder oir. Hay que conservar y aumentar esa gracia con la fidelidad en la escucha y en la respuesta, con un comportamiento acorde con nuestra dignidad de cristianos. Entre nosotros abundan los bautizados que se vuelven a convertir en sordos y mudos. Sordos y mudos espirituales, pecadores que ya no escuchan la voz y las advertencias de Dios; que nunca rezan ni hablan con Él para darle gracias y pedirle lo que realmente necesitan; que nunca acuden a pedirle perdón en el Sacramento de la Confesión porque «lo peor del mundo no es el pecado; es la negación del pecado por la conciencia torcida» (Mons. Fulton Sheen)…

En mayor o menos grado todos podemos encontrarnos en esta o parecida situación: ¿Cómo salir de ella? Imitando la conducta de Jesucristo en el milagro de la curación del sordomudo

1. Hagamos todo el bien que podamos. El Evangelio nos presenta la actividad de Jesucristo: «En aquel tiempo salió Jesús del territorio de Tiro, fue por Sidón y atravesó la Decápolis hacia el lago de Galilea…». Consagremos también nosotros al servicio de Dios y del prójimo todas nuestras energías. Que cada uno de nosotros pueda merecer el elogio que hicieron de Jesús: «Todo lo ha hecho bien». Precisamente en la segunda lectura nos recuerda el apóstol Santiago la importancia de atender el prójimo, de escuchar y acoger sus necesidades.

2. Levantemos frecuentemente nuestro corazón y nuestros ojos al cielo: recogerse, orar, pedir la gracia del Espíriu Santo y serle fieles, ofrecer a Dios todas nuestras acciones y pedirle que nos ayude a obrar santamente, fieles al criterio ignaciano: ad maiorem Dei gloriam, todo para la mayor gloria de Dios.

Pidamos al Señor que repita hoy entre nosotros el milagro del Evangelio.

Que nos cure cuando somos sordos y mudos espirituales. Que abra nuestros oídos para ser fieles a su gracia, obtener el perdón de nuestros pecados y poder alabare por toda la eternidad en el cielo.

Ángel David Martín Rubio

FIESTA

LA CANCION, PARA EMPEZAR EL DIA A DIA, DE ESTA SEMANA EN VS ES:
FIESTA DE RAFAELLA CARRÁ

San Otón



Queridos hermanos y hermanas:

Tras una larga pausa, quisiera retomar la presentación de los grandes escritores de la Iglesia de Oriente y Occidente de la época medieval, porque, como en un espejo, en sus vidas y sus escritos, vemos qué significa ser cristianos. Hoy os propongo la figura luminosa de san Otón, abad de Cluny: ésta se coloca en ese medioevo monástico que vio la sorprendente difusión en Europa de la vida y de la espiritualidad inspiradas en la Regla de san Benito. Se dio durante aquellos siglos un prodigioso surgimiento y multiplicación de claustros que, ramificándose en el continente, difundieron en él el espíritu y la sensibilidad cristianas. San Otón nos lleva, en particular, a un monasterio, Cluny, que durante la edad media fue uno de los más ilustres y celebrados, y aún hoy revela a través de sus ruinas majestuosas las huellas de un pasado glorioso por su intensa dedicadión la ascesis, al estudio y, de modo especial, al culto divino, envuelto en decoro y belleza.

Otón fue el segundo abad de Cluny. Nació hacia el 880, en los confines entre Maine y Turena, en Francia. Fue consagrado por su padre al santo obispo Martín de Tours, a cuya sombra benéfica y en cuya memoria pasó Otón toda su vida, concluyéndola al final cerca de su tumba. La elección de la consagración religiosa estuvo en él precedida por la experiencia de un especial momento de gracia, del que él mismo habló a otro monje, Juan el Italiano, que después fue su biógrafo. Otón era aún adolescente, sobre los dieciséis años, cuando en una vigilia de Navidad, sintió cómo le salía espontáneamente de los labios esta oración a la Virgen: "Señora mía, Madre de misericordia, que en esta noche diste a luz al Salvador, reza por mí. Que tu parto glorioso y singular sea, oh la más pía, mi refugio" (Vita sancti Odonis, I,9: PL 133,747). El apelativo "Madre de misericordia", con el que el joven Otón invocó entonces a la Virgen, será con el que él quiso siempre dirigirse a María, llamándola también "única esperanza del mundo... gracias a la cual se nos han abierto las puertas del paraíso" (In veneratione S. Mariae Magdalenae: PL 133,721). En aquel tiempo empezó a profundizar en la Regla de san Benito y a observar algunos de sus mandatos, "llevando, aún sin ser monje, el yugo ligero de los monjes" (ibídem, I,14: PL 133,50). En uno de sus sermones Otón se refirió a Benito como "faro que brilla en la tenebrosa etapa de esta vida" (De sancto Benedicto abbate: PL 133,725), y lo calificó como "maestro de disciplina espiritual" (ibídem: PL 133,727). Con afecto reveló que la piedad cristiana "con más viva dulzura hace memoria" de él, consciente de que Dios lo ha elevado "entre los sumos y elegidos Padres de la santa Iglesia" (ibídem: PL 133,722).

Fascinado por el ideal benedictino. Otón dejó Tours y entró como monje en la abadía benedictina de Baume, para pasar después a la de Cluny, de la que se convirtió en abad en el año 927. Desde ese centro de vida espiritual pudo ejercer una amplia influencia en los monasterios del continente. De su guía y de su reforma se beneficiaron también en Italia diversos cenobios, entre ellos el de San Pablo Extramuros. Otón visitó Roma más de una vez, llegando también a Subiaco, Montecassino y Salerno. Fue precisamente en Roma donde, en el verano del año 942, cayó enfermo. Sintiéndose cercano a la muerte, con todos los esfuerzos quiso volver junto a su san Martín, en Tours, donde murió durante el octavario del santo, el 18 de noviembre del 942. Su biógrafo, al subrayar en Otón la "virtud de la paciencia", ofrece un largo elenco de sus demás virtudes, como el desprecio del mundo, el celo por las almas, el compromiso por la paz de las Iglesias. Grandes aspiraciones del abad Otón eran la concordia entre el rey y los príncipes, la observancia de los mandamientos, la atención a los pobres, la corrección a los jóvenes, el respeto a los viejos (cf. Vita sancti Odonis, I,17: PL 133,49). Amaba la celdita donde residía, "alejado de los ojos de todos, preocupado por agradar sólo a Dios" (ibídem, I,14: PL 133,49). No dejaba, sin embargo, de ejercitar también, como "fuente sobreabundante", el ministerio de la palabra y del ejemplo, "llorando este mundo como inmensamente mísero" (ibídem, I,17: PL 133,51). En un sólo monje, comenta su biógrafo, se encontraban unidas las distintas virtudes existentes de forma desperdigada en los demás monasterios: "Jesús, en su bondad, basándose en los diversos jardines de los monjes, formaba en un pequeño lugar un paraíso, para regar desde su fuente los corazones de los fieles" (ibídem, I,14: PL 133,49).

En un pasaje de un sermón en honor de María Magdalena, el abad de Cluny nos revela cómo concebía la vida monástica: "María que, sentada a los pies del Señor, con espíritu atento escuchaba su palabra, es el símbolo de la dulzura de la vida contemplativa, cuyo sabor, cuanto más es gustado, tanto más induce al alma a desapegarse de las cosas visibles y de los tumultos de las preocupaciones del mundo" (In ven. S. Mariae Magd., PL 133,717). Es una concepción que Otón confirma en otros escritos suyos, de los que se trasluce su amor por la interioridad, una visión del mundo como realidad frágil y precaria de la que hay que desarraigarse, una constante inclinación al desapego de las cosas consideradas como fuente de inquietud, una aguda sensibilidad por la presencia del mal en las diversas categorías de hombres, una íntima aspiración escatológica. Esta visión del mundo puede parecer bastante alejada de la nuestra, y sin embargo la de Otón es una concepción que, viendo la fragilidad del mundo, valora la vida interior abierta al otro, al amor por el prójimo, y precisamente así transforma la existencia y abre el mundo a la luz de Dios.

Merece particular mención la "devoción" al Cuerpo y a la Sangre de Cristo que Otón, frente a un extendido abandono, vivamente deplorado por él, cultivó siempre con convicción. Estaba firmemente convencido de la presencia real, bajo las especies eucarísticas, del Cuerpo y la Sangre del Señor, en virtud de la conversión "sustancial" del pan y del vino. Escribía: "Dios, el Creador de todo, tomó el pan, diciendo que era su Cuerpo y que lo habría ofrecido para el mundo, y distribuyó el vino, llamándolo su Sangre"; por tanto, "es ley de naturaleza el que se dé la mutación según el mandato del Creador", y por tanto, "inmediatamente la naturaleza cambia su condición habitual: sin duda el pan se convierte en carne, y el vino se convierte en sangre"; a la orden del Señor "la sustancia cambia" (Odonis Abb. Cluniac. occupatio, ed. A. Swoboda, Lipsia 1900, p.121). Por desgracia, anota nuestro abad, este "sacrosanto misterio del Cuerpo del Señor, en el que consiste toda la salvación del mundo" (Collationes, XXVIII: PL 133,572), es celebrado con negligencia. "Los sacerdotes --advierte-- que acceden al altar indignamente, manchan el pan, es decir, el Cuerpo de Cristo" (ibídem, PL 133,572-573). Solo el que está unido espiritualmente a Cristo puede participar dignamente en su Cuerpo eucarístico: en caso contrario, comer su carne y beber su sangre no sería su beneficio, sino su condena" (cf. ibídem, XXX, PL 133,575). Todo esto nos invita a creer con nueva fuerza y profundidad en la verdad de la presencia del Señor. La presencia del Creador entre nosotros, que se entrega en nuestras manos y nos transforma como transforma el pan y el vino, transforma así el mundo.

San Otón ha sido un verdadero guía espiritual tanto para los monjes como para los fieles de su tiempo. Frente a la "vastedad de los vicios" difundidos en la sociedad, el remedio que él proponía con decisión era el de un cambio radical de vida, fundado sobre la humildad, la austeridad, el desapego de las cosas efímeras y la adhesión a las eternas (cf. Collationes, XXX, PL 133, 613). A pesar del realismo de su tiempo, Otón no se rinde al pesimismo: "No decimos esto --precisa-- para precipitar en la desesperación de aquellos que quisieran convertirse. La misericordia divina está siempre disponible; ella espera la hora de nuestra conversión" (ibídem: PL 133, 563). Y exclama: "¡Oh inefables entrañas de la piedad divina! Dios persigue las culpas y sin embargo protege a los pecadores" (ibídem: PL 133,592). Apoyado en esta convicción, el abad de Cluny amaba detenerse en la contemplación de la misericordia de Cristo, el Salvador que él calificaba sugestivamente como "amante del hombre": "amator hominum Christus" (ibídem, LIII: PL 133,637). Jesús ha tomado sobre sí los flagelos que nos correspondían a nosotros --observa-- para salvar así a la criatura que es obra suya y a la que ama (cf. ibídem: PL 133, 638).

Aparece aquí una característica del santo abad a primera vista casi escondida bajo el rigor de su austeridad de reformador: la profunda bondad de su alma. Era austero, pero sobre todo era bueno, un hombre de gran bondad, una bondad que proviene del contacto con la bondad divina. Otón, así dicen sus coetáneos, difundía alrededor suyo la alegría de la que estaba colmado. Su biógrafo atestigua no haber oído nunca salir de boca de hombre "tanta dulzura de palabra" (ibídem, I,17: PL 133,31). Acostumbraba, recuerda su biógrafo, invitar a cantar a los chiquillos que encontraba por el camino y después hacerles algún pequeño regalo, y añade: "Sus palabras estaban llenas de exultación..., su hilaridad infundía en nuestros corazón una íntima alegría" (ibídem, II, 5: PL 133,63). De esta forma el vigoroso y al mismo tiempo amable abad medieval, apasionado de la reforma, con acción incisiva alimentaba en los monjes, como también en los fieles de su tiempo, el propósito de progresar con paso diligente en la vía de la perfección cristiana.

Que su bondad, la alegría que proviene de la fe, unidas a la austeridad y a la oposición a los vicios del mundo, toquen también nuestro corazón, para que también nosotros podamos encontrar la fuente de la alegría que brota de la bondad de Dios.